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VOCACIÓN Y REALIZACIÓN DE LA MUJER, Silvia Himitián

27/01/2020

VOCACIÓN Y REALIZACIÓN DE LA MUJER, Silvia Himitián

Retiro de Pastores – VI, 6/11 al 10/11 de 1985

VOCACIÓN Y REALIZACIÓN DE LA MUJER

  1. SER MUJER

Que la mujer ha sido llamada por Dios a cumplir con una gran vocación, resulta innegable, y este llamado incluye a todas y cada una de las que nacen sobre la faz de la tierra. Es una vocación integral, casi diría constitucional. Porque Dios formó cada rasgo en la mujer pensando capacitarla para la función que le compete en la vida. Todo en ella, su físico, su psiquis, sus emociones, tienen características propias, claramente diferenciadas de las del varón. La mujer no es un hombre transformado. Dios no tomó una réplica de Adán y le cambió el sexo. Sacó una costilla y, partiendo de ella, hizo un ser distinto, constitucionalmente diferente, pero complementario con el hombre (Gén. 2:22).

En la mujer están dadas las condiciones para poder cumplir con su alto llamamiento. Pero sólo lo logrará a través del desarrollo de aquellas capacidades con las que Dios la dotó en forma incipiente. No se es mujer instintivamente sino por elección y dedicación. Una mariposa, un león, son mariposa y león por naturaleza, porque han nacido así. Pero la compleja función para la que la mujer ha sido diseñada requiere, a más de su propia naturaleza, la concurrencia de su alma y de su espíritu, impulsados por la voluntad. Se forjan así el carácter y la personalidad que le han de permitir desempeñar cabalmente su rol. Y permítanme decir que ésta es una vocación irrenunciable. Simplemente no se puede dejar de ser mujer en su más amplio sentido.

La vida actual, altamente competitiva, ha llevado a ciertas mujeres a frustrar o anular su femineidad por alcanzar logros artísticos, políticos o profesionales. Algunas, aunque conservan modales femeninos, en su interior se han endurecido por la lucha y esto ha modificado sus características propias, transformándolas en una suerte de híbrido, ni hombre, ni mujer. A la larga, la amargura y el descontento consigo mismas las va invadiendo. Porque no se puede renunciar a ser mujer impunemente. Tiene un costo, y muy elevado.

Pero ¿en qué consiste este ser mujer? ¿cuáles son su características principales, y cuál la función a la que básicamente debe entregarse?

Características principales        

Entre los dones con los que Dios ha dotado a la mujer, están su capacidad de compartir, su lealtad, su compañerismo, su abnegación, su espíritu de sacrificio, su darse a sí misma, su ternura, su paciencia, su sentido estético, su creatividad, su amor infatigable, su sensibilidad, su servicialidad, su intuición.

Función básica

            Resulta evidente por el cúmulo de todas estas características que la mujer ha sido inmejorablemente dotada para su función básica y primordial: ser esposa y madre. Cundo Dios imaginó a Eva, tenía en mente las necesidades de Adán, y las posteriores de Caín, Abel, Set y los demás hijos, así que la hizo absolutamente adecuada para suplirlas. Pero, diremos ¿es que la mujer solo existe para la familia? De ninguna manera. De lo contrario no le hubiera dado dones y talentos naturales y otras capacidades intelectuales. Pero nunca se debe perder el enfoque correcto. La gran vocación de la mujer es ser esposa y madre, es ser mujer.

Otras funciones

            Teniendo esto claro, y estando la vida bien orientada y equilibrada, se pueden incorporar otras actividades o vocaciones. Al decir “vocaciones” me refiero a aquellos gustos o aficiones, a aquellas inclinaciones que combinadas con la capacidad o habilidad para la ejecución, permiten a las personas desarrollarse dentro de determinada función. ¿Qué funciones son admisibles o adecuadas entonces? Todas aquellas que resulten compatibles con la de esposa y madre, para aquellas que son casadas o aspiran a serlo. Para las solteras que estén decididas a permanecer en ese estado, el espectro de posibilidades es más amplio. De todos modos, es aconsejable que las chicas eviten aquellas carreras o profesiones que tengan que dejar truncas si deciden casarse.

            Pero una esposa y madre podrá dedicar a las actividades extra familiares sólo el tiempo y esfuerzo sobrantes. Es decir, que no podrá restarlos de la atención a los suyos y a sus tareas domésticas. En la medida en que los niños crecen, el tiempo disponible se va acrecentando, y luego de su casamiento se ofrecen numerosas y ricas posibilidades tanto para la acción social como para desarrollar dones dentro de la Iglesia o realizar tareas creativas que tanto satisfacen a la mujer. Es oportuno y muy adecuado que la mujer tenga cierta actuación fuera del hogar, pero debe reconocer y aceptar sus límites y moverse dentro de ellos, especialmente cuando los niños son pequeños y requieren mucha atención.

            Ninguna mujer debería renunciar a ser cabalmente mujer. En ningún aspecto de su actividad. En ninguna circunstancia en la que se encuentre. Ni aún en medio de un ambiente duro y competitivo. Ella no es un arquitecto, es una mujer-arquitecta; no es un comerciante, es una mujer dedicada al comercio. Con todas sus características femeninas propias. No ha sido llamada a convertirse en un hombre, ni a asemejarse a él, ni a competir con él, sino a compartir su vida y sus actividades. Que funcione donde le toque –casada o soltera- pero siempre dentro de su rol. Que se realice en aquella actividad para la que Dios le ha dado capacidad. Pero que nunca renuncie a su vocación de mujer.

  • VOCACIÓN Y REALIZACIÓN ESPIRITUAL

Cuando Dios mira al hombre y a la mujer en su condición de hijos, los ve exactamente iguales. Así lo señala Gálatas 3:26-28: “…pues todos sois hijos de Dios por la fe en Cristo Jesús; porque todos los que habéis sido bautizados en Cristo, de Cristo estáis revestidos. Ya no hay judío ni griego; no hay esclavo ni libre; no hay varón ni mujer; porque todos vosotros sois uno en Cristo Jesús.” Esta es la realidad. Como hijas suyas, Dios ha otorgado a las mujeres iguales privilegios, iguales derechos, igual gracia, igual salvación, igual amor, igual acceso a su presencia, iguales responsabilidades, igual espíritu, igual vida eterna que a los hombres. ¡Son “coherederas de la gracia de la vida” junto con el hombre! (1° Pedro 3:7).

Pero sí difieren en cuanto a la función, a la tarea que les toca realizar. El varón es cabeza, ejerce autoridad. La mujer se sujeta a él y se constituye en ayuda idónea. Esto es así para que la familia pueda funcionar. De ninguna manera se puede considerar a la mujer ciudadano de segunda categoría en el reino de Dios. Él no hace acepción de personas. No hay primera ni segunda categorías, sino diferentes funciones, ambas honrosas. Tanto el machismo como el feminismo tienen su origen en el mismo error: confundir funciones con posición o condición. La condición de mujer frente a Dios es la de hija. Él la mira desde una perspectiva eterna, como a un ser diseñado para expresar su gloria (Mateo 22:23-30). Y Dios demanda las mismas cosas del hombre que de la mujer y espera igual respuesta. Hay cinco demandas principales:

  • Que viva por fe
  • Que actúe en obediencia
  • Que camine en integridad
  • Que ejerza el sacerdocio
  • Que ejerza el apostolado
  • VOCACIÓN Y REALIZACIÓN PERSONAL

La mujer necesita realizarse en lo personal. Generalmente se ha pensado que esta realización viene a través de una profesión, una ocupación o una habilidad especial que ella pueda desarrollar. No tiene que ser así necesariamente. La mujer puede realizarse a través de cada una de las cosas que hace. ¿Cómo es eso? Sencillo. La mujer vive en un mundo propio: el de su hogar. Todo allí gira en torno a ella. No sucede esto con el hombre, cuya esfera de actividad es la oficina, el taller, etc., donde él es una pieza más del engranaje (a menos que él sea e propietario). En cambio la mujer es el eje central. Las cosas dependen de ella (Prov. 14:1). El clima que reine, la limpieza, el orden, la prosperidad (¡sí, señor, la prosperidad!, porque una mujer habilidosa rinde más que un sueldo alto), el progreso (la que no apoya a su marido, lo trabará), la cultura y modales de los hijos. En fin, en todo se la ve reflejada. ¡Qué espejo es el hogar! (de paso, si alguna no se conoce a sí misma, eche un vistazo a su alrededor y tendrá un imagen bastante aproximada). Es decir: la mujer no puede dejar de reflejar lo que es en aquella basta esfera que depende de ella.

Este es precisamente el ámbito donde comienza la realización personal, y desde donde se proyecta hacia afuera. De la forma en la que encare su labor dependerá su grado de realización. Si lo hace todo simplemente por cumplir con su deber, su satisfacción será mínima. Si en cambio busca imprimir su imagen en todo lo que emprende, se gozará con cada uno de sus logros: sea dejar el piso muy brillante, coser nuevas cortinas, o conseguir batir el récord de tiempo en el planchado semanal. Todo lo que se hace debe estar bien hecho.

Déjenme compartirles un lema para mi vida: “No importa lo que me toque ser, seré excelente. Si me toca ser una simple lavandera, seré de las mejores, dejaré la ropa impecable, y si llego a ser la esposa de un presidente, seré sobresaliente.” Esto no incluye un espíritu de menosprecio hacia las demás, ni de competencia, sino un fuerte deseo de auto superación. Si no procuro la excelencia estaré condenada a la mediocridad. Cuánto más altas las metas, mayor el esfuerzo y mayores los logros. Yo no compito con nadie, sino conmigo misma, tratando de mejorar día a día.

En cada cosa que se hace hay que imprimir el sello propio. Ese toque personal que hace que sea distintivo y típico de cierta persona y que refleje en lo externo lo que ella es en su interior.

Consideremos el ejemplo más claro de lo que es una mujer realizada:

Una buena ama de casa, ¿quién la encontrará?

Es mucho más valiosa que las perlas.

El corazón de su marido confía en ella

y no le faltará compensación.

Ella le hace el bien y nunca el mal,

todos los días de su vida.

Se procura la lana y el vino,

y trabajo de buena gana con sus manos.

Es como los barcos mercantes:

trae sus provisiones desde lejos.

Se levanta cuando aún es de noche

distribuye la comida a su familia

y las tareas a sus servidoras.

Tiene en vista un campo, y lo adquiere,

con el fruto de sus manos planta una viña.

Ciñe vigorosamente su cintura

y fortalece sus brazos para el trabajo.

Ve con agrado que sus negocios prosperan,

su lámpara no se apaga por la noche.

Aplica sus manos a la rueca

y sus dedos manejan el huso.

Abre su mano al desvalido

y tiende sus manos al indigente.

No teme por su casa cuando nieva

porque toda su familia tiene ropa forrada.

Ella misma se hace sus mantas,

y sus vestidos son de lino fino y púrpura.

Su marido es respetado en la puerta de la ciudad,

cuando se sienta entre los ancianos del lugar.

Confecciona telas finas y las vende,

y provee de cinturones a los comerciantes.

Está revestida de fortaleza y dignidad

y afronta confiada el porvenir.

Abre su boca con sabiduría

y hay en sus labios una enseñanza fiel.

Vigila la marcha de su casa

y no come el pan ociosamente.

Sus hijos se levantan y la felicitan,

y también su marido la elogia:

“¡Muchas mujeres han dado pruebas de entereza,

pero tú superas a todas!”

Engañoso es el encanto y vana la hermosura:

la mujer que teme al Señor merece ser alabada.

Entréguenle el fruto de sus manos

y que sus obras la alaben públicamente.

Proverbios 31, versión popular “El libro del Pueblo de Dios”

¡Qué mujer! Ella cocina, cose, teje, se ocupa personalmente de su familia. Es trabajadora, previsora, buena administradora del dinero. Enseña a sus hijos, habla con sabiduría, vigila cómo van las cosas de su casa. Y no sólo eso. Confecciona telas finas, hace tapices, fabrica cinturones, y vende todo lo que ha industrializado. Compra campos, los hace sembrar y cosechar. ¡Es buena en los negocios! Es elegante, se viste con ropa fina. Es protectora de cuantos están a su cuidado, y va más allá (en una acción social) ayudando a los necesitados. ¡Qué visión! ¡Cuánta creatividad! ¡Y le alcanza el tiempo para todo!

Todas las esferas de la creatividad están abiertas para la mujer: la pintura, la música, la poesía, la literatura. Las habilidades manuales y artesanías también: cerámica, bordado, tejido, costura, jardinería, ikebana, horticultura, decoración. Y muchas otras actividades que no sólo son compatibles sino enriquecedoras de su función de esposa y madre. Podrá expresarse a sí misma a través de ellas y aún beneficiarse económicamente. Todas las ramas de la docencia, por ejemplo, son muy apropiadas para la mujer, que las puede ejercer fuera del hogar durante unas pocas horas, o dentro, con alumnos particulares. Además, ramas de la medicina como la de enfermería, que le permite brindarse a los que sufren y están necesitados.

Las mujeres con hijos pequeños se van a frustrar si procuran abarcar mucho. Durante los años de la infancia (hasta los 8/10) la crianza de los niños es muy absorbente y requiere casi toda su atención.

  • VOCACIÓN Y REALIZACIÓN COMO SOLTERA

La soltera joven necesita relacionarse equilibrada y afectuosamente con sus padres. Dejar la adolescencia con todas sus conductas (cuestionamientos, incomprensiones, intolerancias) y poder dialogar con ellos de adulto a adulto. En lugar de buscar liberarse de los padres a través del casamiento, debería procurar darse, conocerlos más profundamente, entablar una amistad con ellos. Cuando comparte responsabilidades (ya sea con un aporte económico o de trabajo) comienza a crecer dentro suyo un sentido de dignidad y de realización. Nada satisface tanto como la tarea bien realizada o la función bien cumplida. Al mismo tiempo, la estima y el aprecio de los padres por ella crecen, si bien el amor de ellos ha estado siempre allí. El vínculo familiar se afianzará y perdurará aún después de su matrimonio.

Alguien podría estar pensando que la verdadera realización de la mujer se da sólo a través del matrimonio. Esto coloca fuera del alcance a las solteras. No es así. La soltería no es una desgracia. Algunas piensan que si no llegan a poder realizarse a través del matrimonio, su vida sufrirá una mutilación. No. El hecho de que el Señor no les haya dado un compañero no significa que se vaya a anular toda una esfera de su existencia. Su necesidad afectiva no tiene que quedar frustrada, sino buscar otros canales. Precisan brindar y recibir afecto. También su instinto maternal necesita ser encauzado. Satanás quiere que piensen que si no se casan, no habrá nada que valga la pena ser vivido.

Nosotros no somos seres unidimensionales. Dios nos creó con infinitas posibilidades de realización, de creatividad, de entrega. Una mujer soltera puede ser plenamente feliz, si se halla en el centro de la voluntad de Dios. Y la voluntad de Dios es que amemos y que nos demos. En este darse a los demás, van surgiendo amistades y relaciones profundas que compensan la falta de un compañero. Su entrega, por ejemplo, a aquellos niños que necesitan amparo, le procurará la ocasión para desarrollar sus capacidades como madre. Hay tantos hijos sin padres en el mundo, hijos que pueden llegar a verla como una madre espiritual y amarla como tal. No debe cerrarse, sino brindarse a todos, saliendo de sí misma. El verdadero problema es vivir centrada en sí misma. Debe liberarse de esa cárcel y permitirse ser feliz.

No puedo imaginarme a una mujer como la Madre Teresa de Calcuta sintiéndose frustrada o infeliz por no estar casada. Tampoco a una Chiara Lubich (líder del movimiento focolar) teniendo lástima de sí misma. O a una Catherine Kuhlman o a una Corrie Ten Boom sintiéndose solitarias y abatidas. ¿Saben en qué consiste el éxito de estas mujeres? En que han sabido darse por completo a los demás. Sin reservas. Sin retaceos. Han tenido una vida plena. Han trascendido por su obre mucho más que tantas mujeres casadas. Porque no se han limitado a vivir para sí mismas, y han sabido sacar buen provecho de las magníficas oportunidades que Dios les dio.

El Señor hoy también está ofreciendo oportunidades semejantes. Una mujer soltera nunca debe permitir que le invada la lástima de sí misma. Eso corroe el alma, nubla el entendimiento y lleva al aislamiento. Una hermana del pastor Orville Swindoll se quedó soltera por propia elección, para poder hacer muchas cosas que a una mujer casada le están vedadas por sus limitaciones familiares. Ella escribió un libro al que tituló “Ancho mi mundo, Angosta mi cama”, aludiendo a las múltiples oportunidades que se le ofrecen a la mujer soltera. Sería interesante conseguirlo aunque tal vez no está traducido del inglés. La felicidad no depende de estar casada o soltera, sino de vivir en plenitud lo que Dios nos ha dado para vivir.

  • VOCACIÓN Y REALIZACIÓN COMO ESPOSA

La clave de un matrimonio feliz es compartir. Porque Dios ha hecho de dos, uno. Y esa unidad debe ser completa, total. Unidad en cuanto a objetivos, para poder apuntar en la misma dirección. Con este fin, se habrán de determinar metas juntos: en lo material, en lo espiritual y en cuanto a los hijos. También se han de compartir las actividades siempre que sea posible. Es bueno acompañar al esposo en visitas, viajes de negocio, etc. (sin descuidar a los hijos). Es importante interesarse por todo lo que hace el marido: trabajo, estudios, hobbies, deportes, y saber conversar con él, aún de política o fútbol. Saber acompañar. Ir a nadar juntos, o jugar al vóley. Ser amigos, compinches.

Conviene interiorizarse acerca de cómo piensa y siente, entendiendo, respetando y apreciando su criterio, aunque sea distinto. No hay que mostrarse antagónicos ni rígidos, sino procurar amalgamar ideas, proyectos. Habrá un enriquecimiento mutuo. Los cónyuges no son contrincantes ni rivales, sino compañeros metidos en el brete de llevar adelante la familia en la mayor armonía posible. Por lo tanto, el que gana no es el que logra imponer su idea por sobre la del otro, sino el que comprende y procura llegar al acuerdo, al entendimiento, a la complementación. Si cabe alguna competencia, es la de procurar ser el o la que más aporte a la unidad y buen entendimiento familiar.

También se debe compartir su carga en cuanto a la obra. No se puede dejar solo al marido. ¡Se hace muy pesado! Ambos son depositarios y responsables de la misma visión. Dios espera que la mujer sea ayuda idónea. La carga es más liviana si se lleva entre dos. Una sonrisa, una mirada comprensiva, el interés por la obra que él está realizando, lo alientan y estimulan.

Nunca se debe mostrar indiferencia, ni pensar que es responsabilidad del marido llevar la casa adelante. Al unir las vidas, también hay que compartir la suerte del esposo, no como simple espectadora, sino como colaboradora activa. El mayor sentido de realización en una mujer, viene de ver a su marido realizado. Ella está ahí, a su lado, para ayudarlo en cuanto él emprenda. Para ser su apoyo moral y para compartir sus luchas, sus dificultades y sus logros.

Al ser seres tan estrechamente relacionados, la independencia no cabe dentro del matrimonio. Y esta interrelación matrimonial encuentra su más fructífera expresión a través de la sujeción de la esposa al marido. La sujeción no rebaja, ubica. El hombre no es superior. La mujer no es inferior. Pero tienen diferentes funciones. Jesús nunca se sintió inferior al Padre, pero se sujetó a él.

El marido merece un trato no sólo respetuoso, sino además cálido. También que su esposa sea atractiva para él y que esté bien predispuesta hacia las relaciones sexuales. Es bueno que se cultive, que esté actualizada, que tenga un espíritu animoso y que sea buena ama de casa. Que no guarde resentimientos, que no maneje su dinero separadamente (cuando trabaja), que de buen trato a los familiares del marido y que no sea posesiva.

  • VOCACIÓN Y REALIZACIÓN COMO MADRE

Al pensar en la función de madre, inmediatamente viene a la mente una palabra clave: educadora. Al mirarse a una misma y a los hijos a través de los años, se llega a la conclusión de que educar es, mayormente, lo que se ha estado haciendo desde que ellos nacieron. Es, además, la labor más trascendente dentro de la función de madre. Los cuidados, la comida, la limpieza y atención de sus cosas, son elementos básicos para lograr un buen desarrollo, pero el mayor aporte ha sido, y será, formarlos para la vida aquí y para la vida después de la muerte. Iniciarlos en el conocimiento del mundo que los rodea, ayudándoles a interpretar los acontecimientos buenos y malos; llevarlos a pensar, a desarrollar un razonamiento claro y prolijo, guiarlos a la comprensión y aceptación de las circunstancias que les toca vivir y de las limitaciones que ellas les imponen.

Todo esto debe estar hecho desde una perspectiva cristiana que les permita establecer las diferencias que existen entre la Iglesia y el mundo y que les lleve a optar por el reino de Dios con plena convicción. ¿Cómo debe visualizarse una madre? No puede verse a sí misma como la fregona de la casa, encargada de mantener bien alimentada y vestida a la familia. Ella es la maestra, la educadora que cada mañana entra en funciones, aprovechando al máximo sus capacidades, precisamente con sus hijos, que son su más preciado don en la tierra. Por supuesto, también se debe atender con diligencia y esmero sus necesidades físicas y naturales. No es preciso dar clases de inglés en una escuela para sentirse educadora. Se hace en la casa, con los propios hijos. ¿Por qué volcar fuera y no dentro del propio hogar las habilidades? No digo que no se puedan dar clases. Sólo quiero revalorizar la función de madre y colocarla en su verdadero nivel.

¡Es increíble la cantidad de cosas sobre las que se puede enseñar a los hijos a lo largo del día! Cuando se lo considera así, uno mira cada circunstancia que se presenta como una oportunidad para ejercer la docencia. ¿Alguno se lastima un dedo? Se le enseña a limpiar la herida y vendarla; se le explica sobre la existencia de los gérmenes y la necesidad de cuidar que no penetren a través de las lastimaduras. ¿Rompen un jarrón? Se les reprende y se les habla acerca de evitar gastos innecesarios cuidando lo que ya se tiene. ¿Pierden un libro? Se les enseña que deben ser responsables y hacerse cargo de sus descuidos, si es necesario pagando lo perdido con su mensualidad.

Hay que tomar conciencia de que se está educando, formando, enseñando a vivir, y a dedicar los mejores esfuerzos en ese sentido.

  • VOCACIÓN Y REALIZACIÓN COMO MUJER MADURA

Una crisis se produce en la mujer madura con el casamiento de los hijos. Ella debería visualizarlo como un objetivo alcanzado y no como el fin de la relación con el hijo/hija. Al llevarlo frente al altar, debería decir: “Señor, he realizado la tarea que me encomendaste. Me siento feliz de haber llegado a este día. Te devuelvo al niño que pusiste en mi manos, ya apto, capaz de bastarse a sí mismo y aún de tomar otro a su cargo y levantar una familia propia. No lo pierdo. ¡Lo he ganado! Y en premio recibo la añadidura de un nuevo hijo (hija) y los nietos que vendrán.

La relación ahora no será tan cercana, pero no tiene por qué cortarse. Que el afecto perdure y se acreciente, depende en gran parte de la suegra. Ella deberá ser dulce y cariñosa, pero discreta. Servicial, pero nunca entremetida. Ubicada y respetuosa frente al nuevo matrimonio. Él o ella han dejado de ser su hijo o hija como función y ya no cabe dar indicaciones, directrices y aún consejos (a menos que le sean requeridos). Sólo queda una relación afectiva, un vínculo familiar y una ascendencia espiritual. Se debe hacer de esto algo hermoso, y los hijos, nueras y yernos buscarán la compañía de sus padres, su consejo y ayuda en el momento en que lo necesiten y sentirán la alegría de formar parte de esta familia.

Además, una vez que ha casado a sus hijos, la mujer tiene por delante una noble tarea, que el Señor mismo le ha encomendado: “Las ancianas asimismo sean reverentes en su porte; (…) maestras del bien; que enseñen a las mujeres jóvenes a amar a sus maridos y a sus hijos, a ser prudentes, castas, cuidadosas de su casa, buenas, sujetas a sus maridos, para que la Palabra de Dios no sea estorbada” (Tito 2:3-5)

Hay que tomar la boda del hijo como si fuera el día de la graduación. El Señor diploma a la madre y la comisiona para entrar en su servicio, ejerciendo el ministerio de “maestras del bien”. Ahora está plenamente capacitada y dispone del tiempo para hacerlo. Sería lamentable pérdida desperdiciar todo el cúmulo de experiencia con la que los años la han dotado. El Señor la está llamando a su obra. Tendrá el inmenso privilegio de ser una de las que colaboren en edificar la Iglesia. Que use sus dones. Que no pierda la visión. Sigue siendo madre. Sigue siendo educadora, sólo que ahora su campo de acción se ha ampliado, su familia ha crecido.

También es necesario mirar la vida desde una nueva perspectiva, es decir, desde la perspectiva correcta. “No os conforméis a este siglo, sino transformaos por medio de la renovación de vuestro entendimiento” (Rom. 12:2) Uno de los pensamientos mundanos más generalizados es que a la vida hay que gozarla y disfrutarla plenamente. Así pues, en esa dirección se apunta. La meta es lograr la mejor posición económica y el nivel social más alto posible para asegurarse una vida confortable y cómoda. No hay que escatimarse ningún placer y vivir para uno mismo. También se cree que es necesario ser joven y bello para lograr aceptación, admiración y respeto. Por lo tanto, cualquier sacrificio vale con tal de lograr una figura esbelta y armoniosa y un rostro atractivo.

En este afán por seguir siendo jóvenes, muchos se niegan a asumir una postura adulta. En lugar de ejercer una paternidad responsable, se desentienden de sus hijos, y cuando estos llegan a la adolescencia y a la juventud, comienzan a competir con ellos, vistiéndose de la misma manera y tomando actitudes similares. ¡Hay que detener el tiempo! ¡Está prohibido pasar de los 40 años! Esta es la edad tope. Más allá de ella se es un viejo. Por lo tanto, hay que aparentar tener menos años y prolongar indefinidamente la juventud. Se visualizará mejor la diferencia entre la concepción mundana y la concepción cristiana por medio de estos gráficos:

            Si después de los 40 años no hay nada interesante que vivir, significa que lo que vale de la vida son estos primeros 40 años. Por lo tanto, el clímax estaría ubicado alrededor de los 20 años, y el mejor período del hombre sería el que va de allí hasta los 35, más o menos, y luego comenzaría la declinación. Y de ahí hasta los 60, 70 u 80 años ¿qué? No se pueden prolongar  eternamente los 40 años. Entonces ¿habrá que resignarse a ser un viejo y llevar una existencia de tedio y aburrimiento?

            Salomón lo señaló así “… la senda de los justos es como la luz de la aurora, que va en aumento hasta que el día es perfecto” (Prov. 4:18). Realmente el gráfico corresponde a las palabras del rey Salomón. Porque la senda del justo no declina, sino que va en aumento y, cuantos más años pasan, mejor es la vida, más plena y más llena de gloria. Cada año que pasa, uno se vuelve más maduro, más cabal, más completo. Los 30/40 años son el punto central, y no los 20. Y es justo que así sea, porque a esa edad se tiene ya experiencia, madurez, buen criterio, y aún el vigor de la juventud. Es a partir de esa edad que el ser humano está mejor capacitado para dar y darse. Claro que si se tiene la disposición de dejar los egoísmos y empezar a vivir para los demás. Hace falta una generación de padres consagrados por entero a los jóvenes, para hacer que ellos logren el máximo de sí mismos. Sin el apoyo, aliento, estímulo y guía de la generación que le precede, la generación joven se desarrolla débil e insegura.

            El hombre, la mujer de 40 años, no puede darse el lujo de vivir de fantasías y sueños. Tiene que asumir su realidad, su ubicación dentro de la sociedad y trabajar activa y dinámicamente para cumplir con la importante función que le cabe. No se debe aceptar una falsa imagen de la vida. Los que están entre os 40 y los 60 años tienen una tarea demasiado importante por realizar como para quedarse sentados lamentando la juventud perdida. Esta es una bella etapa de la vida, donde se pueden alcanzar más logros que en cualquier otra, y servir a los demás como nunca antes. Si estos años son buenos, los que vengan luego serán igualmente productivos y felices. En cambio, el que se sienta a la vera del camino a mirar pasar la vida, y se queda ahí como paralizado, se convierte en un viejo inútil, de esos que molestan en todas partes. Y sin embargo, ¡qué hermoso es un anciano sabio, inteligente, experimentado! La voluntad de Dios para la vida es que termine en gloria, en plenitud, sin decadencia ni claudicaciones. ¡Y de allí a su presencia!

            Es bueno renovar la visión. Todos deberían anhelar llegar a la edad madura y luego a la ancianidad. Verlo como algo apetecible y lleno de posibilidades. La vida, como la ha hecho el Señor, es muy bella en todas sus etapas. También lo expresó Salomón: “Todo lo hizo hermoso en su tiempo; y ha puesto eternidad en el corazón de ellos, sin que alcance el hombre a entender la obra que ha hecho Dios desde el principio hasta el fin. Yo he conocido que no hay para ellos cosa mejor que alegrarse y hacer el bien en su vida” (Eclesiastés 3:11-12)