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ACTUACIÓN DE LA MUJER EN LA IGLESIA, Keith Bentson

27/01/2020

ACTUACIÓN DE LA MUJER EN LA IGLESIA, Keith Bentson

Notas de la palabra dada en un retiro retiro de pastores – VI, 6/11 al 10/11 de 1985

INTRODUCCIÓN

El capítulo 16 de la epístola de los Romanos es muy interesante. Después de haberse esforzado el apóstol Pablo a verter y desmenuzar las grandes y eternas verdades del evangelio, verdades que han servido de brújula para la Iglesia a través de los siglos, él termina su escrito enviando saludos personales y cálidos a hermanos y colegas. Entre las 29 personas mencionadas se encuentran diez que eran mujeres, mayormente destacadas por su labor en la obra del Señor. Y desde entonces hasta hoy, la obra del Señor ha crecido y prosperado gracias en parte al ministerio de miles y millones de mujeres piadosas, dedicadas y fieles.

Sin embargo, con frecuencia se cruza por la mente la pregunta: “… y después de todo, ¿cuál es el ministerio de la mujer, ya que en el Nuevo Testamento no se trata el tema como tal, sino se sobreentiende nomás que ella es activa en la obra?” Es cierto que, juntando varias menciones sueltas en el Nuevo Testamento, se puede ver que efectivamente la mujer tiene un lugar importante en la obra; pero, también, las mismas Escrituras dan lugar a que se pregunte otra vez: “… bueno, al fin y al cabo, ¿cuál es el lugar preciso de la mujer en el ministerio?” No pretendemos en esta ponencia responder a todas las ambigüedades sobre el caso, pero sí recalcar los ministerios que hasta ahora entre nosotros la mujer viene desempeñando con gracia y buenos frutos. Dios nos dará mayor luz sobre el particular cuando la necesitemos.

Pero sí nos animamos a señalar una verdad fundamental y universal en cuanto al ministerio y actividad de la mujer en la Iglesia, que es esta: Su ubicación y ministerio obedecen a la misma naturaleza de la Iglesia. De modo que, en vez de preguntar ¿cuál es el ministerio de la mujer en la Iglesia? más bien se debe preguntar primero ¿qué es la Iglesia?, para luego saber dónde ella se inserta y cómo sirve.

Nuestra respuesta es que la Iglesia es una familia, un pueblo. Esto significa que tiene paralelo con la misma naturaleza de una familia humana. Es decir, como en el núcleo de la familia re reconocen aptitudes y roles diferentes, como también coincidentes, entre la pareja, y siguen siendo una sola cosa, igualmente en la iglesia se reconocen aptitudes y roles tanto diferentes como coincidentes entre el hombre y la mujer. El quid del asunto –según nuestro entendimiento- no es tanto qué puede y qué no puede hacer la mujer, sino que todo lo que hace, lo haga en relación con la autoridad espiritual de la Iglesia, autoridad establecida por Cristo, quien es la cabeza de la Iglesia. Esta verdad relacional debe ser –así pensamos- el pivote desde donde se determina lo legítimo y el alcance del ministerio de la mujer.

Cabe mencionar en esta introducción que, para nosotros, cuando una mujer sirve a su familia, sirve a Cristo y, por ende, sirve a la Iglesia. Lógico, su servicio, o ministerio, no termina allí, aunque ciertamente comienza allí. En esta ponencia destacaremos más bien el ministerio de la mujer fuera del seno de su propia familia.

Para organizar nuestros pensamientos, vamos a señalar cuatro categorías de necesidades donde hace falta el ministerio de la mujer y luego, tres lugares o ambientes donde ella puede desempeñarse.

  1. CUATRO CATEGORÍAS DE NECESIDADES DONDE HACE FALTA EL MINISTERIO DE LA MUJER
  1. En primer término mencionamos la importancia de la mujer en la oración. Por su sensibilidad tanto a Dios como a las personas, por sus sentimientos femeninos y por su facilidad en depender de Dios, la mujer está en una situación envidiable para realizar un ministerio en la oración. Pensamos en las mujeres que acompañaban a los apóstoles y otros discípulos mientras ellos se dedicaban a la oración durante los diez días que precedían al día de Pentecostés (Hechos 1:14). Su apoyo, su fe, su ejemplo nos hablan hoy día. Recordamos también  el ministerio de la anciana, Ana, que “…nunca salía del templo, sino que servía día y noche al Señor con ayunos y oraciones” (Lc. 2:36-37). Estos ejemplos eran tan fijos en la retina de la Iglesia primitiva que aún años más tarde el apóstol Pablo hace mención de lo común que era la práctica de que mujeres grandes, viudas, se dedicasen a la oración como ministerio permanente (1° Tim. 5:5). Pero algunos dirán: “pero tanto Ana como las viudas de los tiempos de Pablo no estaban con la carga de la familia”. Pues bien, pero se me ocurre que ya oraban antes de quedarse viudas y que ahora, libres de sus familias, podían aumentar o intensificar ese ministerio tan fundamental para la marcha de la obra. Sí, toda mujer debe orar, ayunar y velar delante del Señor, no sólo por sus familias, sino por todo lo relativo al Reino de Dios en la tierra.
  • Su ministerio en proveer por las necesidades materiales y físicas de las personas no es de subestimar. En Lucas 8:1-3 encontramos una lista de mujeres muy honorables que acompañan al Señor y a los apóstoles en su gira con el fin de atender a sus necesidades. Daban de sus propias provisiones y vigilaban que nada les faltara a ese grupo de siervos de Dios. Este es un noble ministerio que hasta el día de hoy jerarquiza la mujer de Dios y la asocia con el ministerio de los mismos ángeles que servían a Jesús después de su tiempo de prueba en el desierto (Mat. 4:11)
  • Una tercera categoría de necesidades se encuentra en el caso de enseñar, formar y encauzar a las mujeres más jóvenes y a todas las mujeres recién convertidas a poner por obra la enseñanza moral, ética y aún cultural del evangelio. La palabra apostólica que encontramos en Tito 2:4-5 es muy clara. Mujeres maduras en la fe y ricas en experiencia sirven para desempeñar este ministerio. Ellas tendrán que saber relacionarse debidamente con otras mujeres, dedicarles tiempo y tener la paciencia de una madre. Pero sin este ministerio, práctico y personal ¿cómo podemos dar forma a las vidas y a la misma Iglesia? Dios nos dé un ejército de mujeres capacitadas y con visión de trabajar así entre otras mujeres.
  • En la dimensión de los dones carismáticos, a Escritura es clara que, tanto sobre las mujeres como sobre los hombres, es derramado el Espíritu Santo. No entro a desarrollar el tema excepto para comentar que debemos aprender a ensanchar la fe para valernos de estor donde tanto en el ámbito cotidiano de la vida como en las reuniones.
  • TRES LUGARES O AMBIENTES DONDE MINISTRA LA MUJER
  1. En la reunión congregacional

La mujer no debe limitarse a ser espectadora. Debería orar públicamente, como también profetizar (1° Cor. 11:5). Incluimos aquí el contenido de 1° Cor. 14:26: “En resumen, hermanos, cuando ustedes se reúnan, unos pueden cantar salmos, otros pueden enseñar, o comunicar lo que Dios les haya revelado, o hablar en lenguas extrañas, o interpretarlas.” La participación de la mujer dando hasta enseñanza no debe ser interpretada como que ella esté usurpando el lugar de los apóstoles, profetas, evangelistas, y pastores, los cuales ya han puesto el fundamento de la doctrina de la Iglesia. Ella sencillamente, bajo la influencia del Espíritu Santo, al comentar algo, debe tener buen contenido en sus palabras, afirma, corrobora e ilustra la enseñanza recibida. En toda participación de la mujer en la reunión congregacional, ella debe manifestar su sujeción a la autoridad espiritual de la Iglesia.

Nota: Ojalá que en nuestra cultura moderna y occidental, el cabello largo y el uso del velo significaran la sujeción de la mujer a la autoridad establecida. En el pasaje de 1° Cor. 11:2-16, el apóstol Pablo señala tres cosas que armonizan: a) una relación creacional: la sujeción de la mujer a su cabeza; b) una expresión natural: el cabello largo como señal de esa sumisión; y c) el uso del velo que refuerza voluntariamente la relación creacional y la expresión natural. Respetamos la convicción y práctica de algunos hermanos que desean conservar en alguna medida y forma esta antigua práctica, como igualmente aceptamos la convicción de otros que entienden que se puede retener la esencia espiritual de esta verdad sin tener que imitar artificialmente una antigua práctica cultural que ya no refleja su significado original.

  • En la reunión casera

El ambiente para este sencillo encuentro es la misma vivienda familiar. Normalmente los esposos de la casa son responsables por el grupo. Funcionan como un equipo; o sea, el marido sería el más responsable por la reunión y el cuidado de las vidas y su mujer,  a su lado, le apoya, le ayuda, haciendo cualquier cosa que el marido le indique. Como pareja, el hombre y la mujer atienden a otras parejas. En el caso de tratar a una mujer sola, es normal que la esposa la atienda sola o en compañía de su marido. Y la misma regla sirve en el caso de tratar a un hombre: la esposa normalmente no se ocupa a no ser que su marido esté presente. También en la reunión casera, como en la reunión congregacional, la mujer ora y ministra cualquier manifestación del Espíritu que hubiera, y participa según la indicación de la autoridad espiritual, sea en dar un testimonio o indicar alguna verdad que edifique a otro.

Nota: El caso de Priscila y Aquila nos despierta la curiosidad. Son mencionados cinco veces en el Nuevo Testamento (Hch. 18: 2, 18, 28; Rom. 16:3; 1° Cor. 16:19) Da la impresión de que Priscila fuera la más ágil, capacitada y emprendedora de los dos. Si fue así, ¿qué significa esto para nosotros? En primer lugar, el hombre debe reconocer las dotes de su mujer y encauzarla para que rinda todo el fruto posible. En ninguna manera debe sentirse disminuido porque una mujer sea más ágil o más capacitada en algunas cosas que él. En segundo lugar, la mujer debería saber desenvolverse con gracia en relación y en sujeción a su cabeza, sin confundir la gracia de gobernar (que tiene él) con la de ministrar otras virtudes espirituales (que tiene ella)

  • Fuera de la reunión congregacional y casera

En el marco de la vida diaria, es sumamente provechosos que la mujer se ocupe de la evangelización, enseñanza y formación de niños/niñas, señoritas jóvenes y mujeres, sean convertidas o inconversas. Esto puede desarrollarse tanto en clases especiales o en una relación personal e individual. También, hay que pensar en las cárceles para mujeres, las escuelas/hogares para chico abandonados y delincuentes, los barrios donde se hacinan los indigentes, las casa de otras familias inconversas, orfelinatos, hogares para madres solteras, hogares para estudiantes femeninas. Hacen falta mujeres que capten la visión de servir cuidando los lugares de retiro espiritual; mujeres que descubran una necesidad en alguna área de la vida humana y que se vuelquen en amor y fe para suplir esa necesidad. El servicio incluye cubrir toda la gama de necesidades que pueda haber, sean físicas, intelectuales, psíquicas, espirituales, materiales; o sea, ministramos integralmente al ser humano.

APÉNDICE A

            Hay ciertos pasajes bíblicos que inquietan a muchos, entre ellos, por ejemplo 1° Tim. 2:11-15. Aquí el apóstol Pablo da instrucciones a Timoteo, el cual tiene a su cargo el asentar las bases para las nuevas comunidades cristianas. Le exhorta que obligue tanto a hombres como a mujeres a ocupar el rol creacional que Dios ha asignado a cada uno. (Observemos que no todos los hombres pueden enseñar y tomar autoridad sobre la gente; Dios tiene a sus siervos especialmente equipados para esa labor y responsabilidad). La regla general y universal es que la cabeza sobre la creación es el hombre, y la mujer es su ayudante; lo mismo se debe respetar tanto en la familia como en la Iglesia. El respetar el orden de Dios ya establecido, en ninguna manera debe restringir ni sofocar a la mujer. Al contrario, la libera para que ministre con más naturalidad y soltura y con mayores beneficios para los demás.

            Otro pasaje que inquieta a veces es el de 1° Cor. 14:33-35. Ya que estos comentarios del apóstol aparecen justo en una sección que versa sobre el ministerio en las reuniones, algunos los interpretan en forma absoluta, lo cual significaría que en público, la mujer nunca podría emitir una palabra (aunque sí le permite la palabra cantada). A nosotros, teniendo en cuenta otros pasajes bíblicos, nos parece normal interpretar el pasaje como una advertencia al orden en la reunión. Precisamente, algunas mujeres interrumpen el orden haciendo preguntas a sus maridos que estaban sentados –así nos dicen en la sección d hombres- En este sentido, no eran sujetas a sus maridos. (Ver Hch. 13:16 sobre la necesidad de llamar a todos al orden para poder ser oído al hablar)

APÉNDICE B

            No hay mayor problema entre la mayoría de las iglesias acerca de si la mujer puede públicamente orar o profetizar, o manifestar otro don carismático. Pero hay más cautela en cuanto a los dones de tipo oficio, como el de apóstol, profeta, evangelista y pastor/maestro.

Dejamos ahora para vuestra meditación los siguientes pensamientos sin pretender desarrollar argumentos a favor o en contra de los mismos.

Los oficios de apóstol y pastor requieren un ejercicio directo de autoridad funcional, lo cual nos sugiere que serían oficios reservados para los varones que han recibido estas vocaciones.

El ministerio de profeta, aunque reviste una autoridad, es más bien una autoridad espiritual, ejercida –así lo entendemos idealmente- bajo la autoridad funcional del apóstol o pastores. En relación a esto se debería estudiar la actuación de mujeres profetizas en la Iglesia.

El ministerio de evangelista, entendiendo que el evangelista está sujeto a apóstoles y pastores, según fuera el caso ¿daría lugar a que una mujer pudiera desarrollar tal ministerio?