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El Éxito Del Perdedor- Palabra Profética Para la Iglesia EN Días De Cuarentena, Vittorio Fiorese

24/04/2020

El Éxito Del Perdedor- Palabra Profética Para la Iglesia EN Días De Cuarentena, Vittorio Fiorese

Video tomado de la página https://www.facebook.com/CristoeLaRisposta2/, Traducido al Español por Marcelo y Rosana Suarez de Buenos Aires, publicado el 18/4/20. Vittorio Fiorese es uno de los pastores de un movimiento en Italia llamado “Cristo la Respuesta”

EL ÉXITO DE LOS PERDEDORES

Vittorio Fiorese,  Transcripción del Video “La Finestra Celeste”

Queridos hermanos, hermanas, y amigos:

Bienvenidos a nuestra transmisión “La ventana celeste”, hoy sábado 18 de abril del 2020, desde nuestro centro.

Hoy quiero referirme a una cualidad espiritual que considero fundamental para un desarrollo armónico, equilibrado y estable de nuestra espiritualidad cristiana. Me refiero a la HUMILDAD. Ella está muy bien descripta en los tres versículos del Salmo 131. Es un salmo breve, pero rico en contenido:

“Jehová, no se ha envanecido mi corazón,

ni mis ojos se enaltecieron;

ni anduve en grandezas,

ni en cosas demasiado sublimes para mí.

En verdad me he comportado y he acallado mi alma como un niño destetado de su madre; como un niño destetado está mi alma.

Espera, oh Israel, en Jehová, desde ahora y para siempre”. 

(Salmos 131)

Este salmo establece una relación directa entre el estado de quietud, paz interior, serenidad de nuestra alma y de nuestra mente, con la humildad. La verdadera humildad de un corazón sumiso.

Ciertamente debo decir que el solo mencionar la palabra humildad se presta a varias interpretaciones; porque la humildad se ha convertido para la sociedad moderna en una virtud obsoleta, sinónimo de falta de autoestima. La psicología motivacional transforma la falta de autoestima en la madre de todos los fracasos. Una persona humilde es considerada un perdedor en la sociedad actual, un fracasado. Alguien destinado engrosar la lista de los que dependen de los motivadores sociales, porque no tiene empuje ni la capacidad de alcanzar el éxito y los objetivos que el mundo le pone por delante.

La humildad en el sentido bíblico es totalmente otra cosa, y no tiene nada que ver con la falta de autoestima y de motivaciones. Tiene que ver más bien con la justa conciencia de uno mismo, de una auto comprensión equilibrada, sabia, auténtica, profunda, que nos coloca en una relación genuina y verdadera con la creación que nos rodea y con la que convivimos; y como creyentes, con nuestro Creador, que es la medida de todas las cosas.

Si tenemos una adecuada comprensión de nosotros mismos, estaremos en condiciones de escoger, de vivir con intensidad los eventos, las experiencias, los encuentros y las etapas de nuestra vida.

El texto que hemos analizado, (que habla del corazón orgulloso, de la mirada altiva, del activismo frenético), establece una relación directa y secuencial. Lo explicaré así: El corazón orgulloso, la altivez, es decir, el mirar al otro con aire de superioridad y menosprecio, está directamente ligado con la agitación interior, la inestabilidad, la angustia existencial que se produce como consecuencia de vivir centralizado en uno mismo.

Nos sentimos presionados “al hacer” porque nos falta la dimensión “del ser”, que es la cualidad profunda de nuestra identidad. Estamos centralizamos en la necesidad casi maníaca de multiplicar el rendimiento (al que los ingleses llaman performance): debemos hacer, hacer, y alcanzar objetivos. Tenemos la necesidad de una confirmación continua de nuestra valía, que proviene de los objetivos que alcancemos y que todos deben admirar.

Un corazón orgulloso, una mirada altiva y despreciativa, un activismo frenético; son todos síntomas de un ego hipertrófico, un yo hinchado, lleno de sí mismo, que ostenta tener un valor superior al de todos los demás, que quiere ocupar el centro de la escena y todo el espacio.

Las consecuencias de un ego hipertrófico, de un yo hinchado, fueron descriptas por el gran narrador romano Fedro, que vivió hace dos mil años. Lo relata en una de sus fábulas: “La historia de la rana y el buey”.

Un día la rana desde el estanque ve a un gran buey que viene a pastar a la ribera del río. Llena de envidia, quiere emularlo volviéndose grande, más grande que él. Comienza a inhalar cada vez más aire, preguntando a las otras ranas del estanque: “¿Soy ahora más grande que el buey?” Las ranas le responden: “No, todavía no. Sigue probando”. Ella continúa inhalando aire hasta que finalmente estalla.

Esta fábula describe a las personas que por el contenido motivacional entran en una carrera frenética, en una aceleración continua que las obliga a ir adelante día tras día. Finalmente estallan, se consumen y caen en depresión.

Esta es una característica de nuestra sociedad actual, que fija valores inalcanzables. La necesidad de tener éxito, fama, riqueza, de ser alguien especial por encima de los demás. Este adoctrinamiento inocula una dosis de veneno que altera el contenido mental de las personas. Siguen los modelos sociales de los “ganadores”, personajes de éxito a los que todo les va siempre bien, que tienen siempre una gran sonrisa, que nunca tienen problemas porque son vencedores.

Un ejemplo de esto es aquello a los que hoy en inglés se les dice: influencers, personajes cuyos blogs, videos y sitios de Internet se transformaron en virales, y por ello, tienen muchos seguidores. Muy a menudo su éxito es de un tipo demencial, porque no han alcanzado la fama a través de un espíritu de sacrificio, de empeño responsable, estudiando o trabajando, como era antes. Lo han obtenido subiendo a la red banalidades, cosas profanas. Muchos de ellos a través de los chismes (gossip en inglés), revolviendo la basura en la vida privada de las personas. Y algunos a través de la pornografía, exhibiéndose delante de las cámaras.

Ciertamente el éxito de ellos indica que no tenemos capacidad de reflexión.Observamos la misma carrera frenética, la misma pulsión, en todos los sectores de la vida actual.  Mencionamos especialmente la economía, porque todos dependemos del mercado, convertido en el nuevo dios que gobierna la producción de bienes y el consumismo obsesivo- compulsivo.

La economía actual se basa en la necesidad de un crecimiento continuo, sin parar. El PBI es un tirano que gobierna nuestra vida. En lugar de centrarnos en la calidad de la existencia, lo hacemos preocupándonos por la cantidad de bienes, riquezas y mercadería producida. No importa si a costa de este crecimiento los ríos son contaminados, los mares se llenan de plástico, los alimentos son adulterados y modificados genéticamente y nuestra salud es afectada.

Es necesario detenernos un momento, reflexionar y preguntarnos si este es el mejor modelo de progreso. Como creyentes, tendríamos que interrogarnos si el desarrollo actual de nuestra cultura es conforme a la voluntad y al diseño de Dios.

Me he dado cuenta de que dentro de la iglesia prevalece este modelo de desarrollo y crecimiento compulsivo. Cuantos líderes, por querer ser originales para demostrar su valor, y empujados por el ego hipertrófico, proponen cosas inicuas. Esto lo dice el apóstol Pablo en el libro de Hechos cuando predica a los ancianos de Éfeso. Afirma que entre ellos surgirían algunos que propondrían cosas perversas para arrastrar tras de sí a los discípulos y formar sus propios grupos. Ya no discípulos de Jesús sino de ellos mismos. Lo importante para este tipo de líderes es crear un auditorio de personas que los escuchen y obedezcan.

El énfasis está puesto en el activismo frenético y no en “el ser”. Por ello realizan constantes eventos, conferencias y congresos. En estos grupos el crecimiento cuantitativo no siempre corresponde al cualitativo.

Lo mismo sucede en el campo de la información, que es otra característica dominante del mundo de nuestro tiempo. Sabemos que quien controla la información controla el poder. Y nos han hecho dependientes de lo que se llama breaking news, noticias de última hora que atrapan nuestra atención, atándonos a la pantalla. En realidad, solo nos detenemos por un momento, porque las breaking news rápidamente se transforman en noticias de penúltima hora y pierden el interés. Muchas veces se sienten obligados a fabricar noticias de última hora, modificando la percepción de eventos y situaciones, para mantener la atención.

Todos nosotros nos hemos vueltos dependientes, casi adictos, de esta información manipulada, y no podemos contextualizar o considerar en profundidad un artículo. Leemos superficialmente los títulos sin ir a fondo. No ahondamos, no reflexionamos ni sopesamos las situaciones basadas en nuestro bagaje cultural y existencial; y sobre todo espiritual y bíblico. De esta manera nos convertimos en superficiales, manipulables y fáciles de condicionar.

Esto también es verdad desde un punto de vista espiritual. Pero el activismo frenético, el tener que hacer para ser, ha sufrido una frenada brusca debido a la pandemia de Covid-19. A través de esta enfermedad hemos quedado todos bloqueados, y ahora tenemos mucho tiempo para pensar y reflexionar.

Nos haría bien leer algún clásico de la espiritualidad. Como los del gran maestro y autodidacta A.W. Tozer (1897-1963), un hombre sólido. Él decía en uno de sus tratados que la joya que falta en la corona de la iglesia es la adoración. Sobre todo, en la dimensión contemplativa que está señalada en el salmo 131. Es necesario frenar la carrera frenética para entrar en la presencia de Dios, morar en su refugio, ser impregnados del rocío celestial que aplaca los movimientos del alma y la pulsión de las pasiones. Y ser desintoxicados en nuestra mente de las toxinas del pensamiento único.

Mi oración es que los líderes de la iglesia, sobre todo los que están centrados en el crecimiento numérico continuo, puedan detenerse un instante y reflexionar; tengo dudas de que lo harán, porque muchos están habituados a fabricar la presencia de Dios.

Billy Graham, un hombre de Dios conocido por su integridad y que ha dejado mucho fruto, solía decir con dolor: “Si el Espíritu Santo fuera quitado de la tierra, el 90 por ciento de los cultos de los domingos seguirían adelante de la misma manera”.

Nos hemos vuelto expertos en fabricar artificialmente el movimiento del Espíritu, imitando el incienso y el aceite de la unción. Lo que quería decir Billy Graham es que muchas veces Dios se ausenta. Él retira su presencia solo para hacernos conscientes de lo que hemos perdido, de aquello que nos falta y de lo precioso e insustituible que es la visitación del Espíritu del Señor y su palabra viva.

El libro de Éxodo nos amonesta severamente con respecto a no adulterar el fuego del altar ¡Cuantos fabricantes de lo sacro hay por ahí compitiendo por tener la iglesia más numerosa, la iglesia más grande, a expensas de la calidad espiritual de los creyentes!

Perdónenme, pero a veces me pregunto: ¿Hay un verdadero avivamiento, un verdadero crecimiento de la iglesia? En particular, pongo por ejemplo a la iglesia en California, donde el número de divorcios y re-casamientos es mayor que el número de divorcios que ocurren en la sociedad corrupta. ¿Es posible que un fundamento absolutamente prioritario para la sociedad, como lo es la familia, no sea considerado dentro de las mega iglesias?

Dos mil años atrás el sabio pensador chino Confucio fue interrogado por un rey que le pidió un consejo en relación con el bien del mundo. Le preguntó:

“¿Cómo podemos lograr el bien del mundo a través de nuestro gobierno?” Confucio le respondió: “El bien del mundo depende del bien de la nación; el bien de la nación depende del bien de la familia. Una familia íntegra influirá sobre toda la sociedad”.

La familia es la primera institución de socialización que trasmite valores y plasma la identidad de las nuevas generaciones. Y es justamente contra ella que apunta el ataque del adversario, porque desestructurando la familia, desmantelándola, no habrá más baluarte para las nuevas generaciones.

Esto es visible en los Estados Unidos y en otros países occidentales. En Italia, cada cuatro minutos ocurre un divorcio. Se imponen nuevos modelos de convivencia: el matrimonio gay, el aborto y tantas otras situaciones que nuestros abuelos jamás podrían haber imaginado.

¿Cuáles son las consecuencias de este modelo de desarrollo en esta sociedad centrada en el frenesí del crecimiento y de la compulsión obsesiva de una carrera sin fin, sobre el falso mito del éxito, de la fama, del individualismo exasperado?

Son dos. Quiero mencionar en primer lugar el síndrome de burnout que afecta a algunas personas. Es el llamado síndrome del fracaso. Los síntomas iniciales son depresión, frustración, pérdida de interés y de entusiasmo, cansancio crónico, dificultad para afrontar el más pequeño problema.

La Organización Mundial de la Salud ha declarado que en el 2020, o sea hoy, la depresión será la verdadera pandemia, la segunda causa de invalidez y de muerte. En los países occidentales tenemos un gran progreso material, pero espiritualmente, interiormente, estamos desolados.

El otro síndrome es el llamado trastorno de personalidad: la personalidad borderline. Muchas personas son empujadas al límite, al confín del equilibrio mental, porque viven en un estado de presión, de continua agitación, y les es difícil encontrar la serenidad.

El sociólogo Sigmund Bauman describió la sociedad actual como sociedad líquida, sin referencias, sin fundamentos, y sin valores. Él decía una frase que no he olvidado: “El hombre de hoy vive en una angustia fluctuante y en una agitación incesante, buscando desesperadamente un punto firme”.

He citado al comienzo un pequeño salmo de tres versículos. Señala un gran punto firme, un refugio extraordinario en el que podemos arraigarnos. Es maravillosa la metáfora que usa el salmista. Podemos entrar en un estado de quietud, de calma interior y activar la comunión preciosa con el cielo.

Los pequeños bebés apenas dejan de mamar, gritan y lloran, pero finalmente se calman en los brazos de la madre. Les viene un sueño relajante y profundo. Hay un motivo químico: la leche materna es rica en proteínas, carbohidratos y sustancias nutrientes, pero, además, contiene un anestésico natural que relaja completamente al bebe.

La presencia de Dios es eso mismo, porque nos da un estado de quietud cuando hay agitación; serenidad cuando hay incertidumbre; paz profunda cuando hay tempestades y huracanes. En esa presencia podemos sentir un calor similar al de los brazos de una madre. Dios es padre, pero en este contexto, también como una madre nos toma en sus brazos y nos cobija. El mal no nos puede llegar. Las ondas de la agitación son aquietadas por las manos de Cristo y entramos en un estado de profunda quietud y serenidad.

Somos llamados a tomar una decisión. Hoy tenemos la oportunidad.

Detente ahora un momento, y dile al Señor:

Oh Dios, dame un corazón humilde para que pueda depender de ti,

y así vivir mi vida ya sin insatisfacción, sin infelicidad, sin sentirme fracasado, sin falta de autoestima, sin más dudas, sino teniendo dentro de mí tu presencia que es bendita por la eternidad. ¡Gracias, Señor!

*Vittorio Fiorese. Es uno de los pastores de un movimiento en Italia llamado “Cristo la Respuesta”

Traducción escrita: Oscar Marcelino, del video grabado en italiano por el autor.

Edición final: Silvia Himitian.