haciendodiscipulos

Oración Pastores

La Oración En El Servicio A Los Santos, Hugo Espinosa

20/04/2021

La Oración En El Servicio A Los Santos, Hugo Espinosa

            Cumplir la comisión del Señor de predicar, bautizar, y enseñar, está lejos de ser una tarea hecha con recursos intelectuales y esfuerzo humano.

            Somos sacerdotes intercesores entre Dios y los hombres, administradores de la gracia divina (1a. Corintios 4: 1; 1a. Pedro 4: 10). No solo enseñamos la verdad, ejercemos, además, el poder y la autoridad de Dios, los cuales encausamos por medio de la oración. La oración nos lleva a realizar la obra no en nuestros propios recursos, sino en la dependencia de Dios.

            Nuestra habilidad como consejeros y orientadores no está basada en la sabiduría humana, sino en la gracia de Dios; y, para acceder a esta gracia es necesario un diálogo continuo con el Señor (oración). De la comunión íntima con Él, viene nuestra capacitación.

            No podemos olvidar que estamos en esta tierra con una visión, y con una misión. Nuestra visión es el propósito eterno de Dios, y nuestra misión es predicar, bautizar y enseñar. Por lo tanto, alguien que es convertido por el Señor, alguien que se vuelve un discípulo, se vuelve también un obrero. El discipulado está dentro de la gran comisión que nos mandó hacer el Señor.  

            Discipular no es meramente enseñar conceptos o ideas, es transferir vida. Transmitimos a otros la vida de Jesús que está en nosotros. Dentro de nuestro trabajo está cooperar con el Espíritu Santo en la formación de discípulos. Jesús es nuestro modelo, y, es un modelo que funciona. Tenemos que mirar cómo Él hizo con sus discípulos. Formó hombres que serían discipuladores. Igualmente nosotros, formamos discípulos que serán discipuladores (obreros).

            Y, la oración es indispensable en este trabajo y servicio que desarrollamos como hijos de Dios.

            Si tenemos bajo nuestro cuidado discípulos, o estamos concertados con otros hermanos con quienes estamos haciendo juntos la obra, debemos tener presente al orar por ellos, algunas notas referidas a nuestra correcta actitud al hacerlo.

a. Orar con amor.

            Nunca debemos pensar en la oración como una forma fría o ritual, como una costumbre desabrida cuando nos presentamos ante Dios. En particular, la oración por los discípulos debe tratarse de una expresión de profundo amor.  La calidad del sacerdote se refleja en su capacidad de amar a Dios y a los hombres. El amor a los hermanos hará que nos presentemos delante de Dios buscando ser un canal de bendición para ellos.  

            Lo primero que el Señor buscará en nuestra oración intercesora es esa nota de amor y disposición al sacrificio, lo cual, demostrará que somos dignos del real sacerdocio, y que seguimos fielmente los pasos de Jesús.

            La oración de amor implica:

            1. Identificación con la condición del hermano.

            Significa experimentar las situaciones de los discípulos como si fueran nuestras propias. Pablo expresa: “Gozaos con los que se gozan; llorad con los que lloran”. Romanos 12: 15.

            “¿Quién enferma y yo no enfermo? ¿A quién se le hace tropezar, y yo no me indigno?”. 2a. Corintios 11: 29.  

            Hay un mandamiento mencionado por Pablo, que se vuelve para nosotros un principio, que se debe establecer desde la oración por otros:

            “Sobrellevad los unos las cargas de los otros, y cumplid así la ley de Cristo.” Gálatas 6: 2.

            Hace bien recordar la oración intercesora de Nehemías por los hijos de Israel, identificándose con el pecado de ellos. “… esté ahora atento tu oído y abierto tus ojos para oír la oración de tu siervo… por los hijos de Israel tus siervos; y confieso los pecados de los hijos de Israel que hemos cometido contra ti; sí, yo y la casa de mi padre hemos pecado…” Es bueno volver a leer con detenimiento el capítulo 1 de Nehemías.

            2. Sacrificio.

            Significa llanto y clamor delante del Señor. Tiempo y esfuerzo invertidos en favor de los hermanos. Escribiéndole a los Corintios, Pablo declara que “el amor es sufrido… todo lo sufre, todo lo cree, todo lo espera, todo lo soporta.” (1a. Corintios 13: 4-7).  Al orar por el hermano encarnamos este espíritu de amor, sufrimos por él, clamamos para que sea lleno de toda la plenitud de Dios, y se vuelva un fiel obrero del Señor.

            Debemos identificarnos con el hermano, sacrificarnos por él. Tenemos un excelente ejemplo de intercesor en Moisés; Éxodo 32: 7-35; cuando Dios se enoja cansado contra el pueblo de Israel por sus pecados, y le dice a Moisés “déjame que se encienda mi ira en ellos, y los consuma; y de ti yo haré una nación grande.” (v. 10), Moisés se interpone, “oró en presencia de Jehová su Dios”, le reclamó las promesas realizadas a Abraham, Isaac y Jacob. Y, como resultado: “Entonces Jehová se arrepintió del mal que dijo que había de hacer a su pueblo” (v. 14).

b. Orar haciendo memoria.

            San Pablo nos ha dejado un claro ejemplo de esta faceta de la oración por los discípulos:

            “Porque testigo me es Dios, a quien sirvo en mi espíritu en el evangelio de su Hijo, de que sin cesar hago mención siempre en mis oraciones.” Romanos 1: 9.

            Observamos en el versículo, dos énfasis: “sin cesar”, “siempre”.

            “… no ceso de dar gracias por vosotros, haciendo memoria de vosotros en mis oraciones.” Efesios 1: 16.

            En este versículo está el agregado de “dar gracias.”

            “Damos siempre gracias a Dios por todos vosotros, haciendo memoria de vosotros en nuestras oraciones…” 1a. Tesalonicenses 1: 2.  “Damos siempre gracias a Dios…”

            De estos textos aprendemos que la oración debe ser específica y objetiva. Hacer memoria en la oración es más que nombrar a las personas en una larga lista, como si la sola mención del nombre invocara o implicara la bendición. Se trata más bien de presentar al discípulo delante de Dios con una visión precisa de su condición y sus necesidades, en forma integral. Al hacer esto, el Espíritu Santo nos revelará aspectos que solo pueden discernirse espiritualmente, capacitándonos para servir mejor a los hermanos.

            Cada discípulo es tan importante, que merece que nos detengamos en él, a solas con el Señor. Luego, con la visión y sabiduría de Dios, podremos intervenir certeramente en su favor. También debemos suplicar delante del Señor, por las circunstancias que rodea la vida de cada uno y que condicionan su proceder o crecimiento espiritual.

            Probablemente no podemos hacer memoria de todos los discípulos cada día; pero el Espíritu Santo nos dará una carga particular sobre algunos cada vez que intercedamos. Es allí donde debemos detenernos.

c. Orar con insistencia y perseverancia.

            La perseverancia en todos los aspectos, identifica a un discípulo de Cristo (Hechos 2: 42). Así, también la perseverancia es requisito indispensable para dotar de eficacia a la oración.

            Otra vez el apóstol Pablo nos brinda ejemplos:

            “… orando de noche y de día con gran insistencia, para que veamos vuestro rostro, y completemos lo que falte a vuestra fe.” 1a. Tesalonicenses 3: 10.  Noche y día; gran insistencia; para ver el rostro (nosotros ni llamamos por teléfono para ver cómo está el hermano). Orar, apuntando siempre al desarrollo espiritual del discípulo.

            “Siempre orando por vosotros, damos gracias a Dios, Padre de nuestro Señor Jesucristo…” Colosenses 1: 3.

            “… sin cesar me acuerdo de ti en mis oraciones noche y día…” 2a. Timoteo 1: 3.

            La cantidad de tiempo invertido en oración intercesora es fundamental para cumplir con nuestro ministerio. Es obvio que ello requiere tiempo. Lo más probable que, siendo así las cosas, tendremos que hacer ajustes, a fin de afianzar y acrecentar nuestra vida de oración.

            Ser discípulos implica desafíos, que cuestan sacrificio y renunciamiento personal.

            Generalmente enfatizamos la oración por los nuevos discípulos, pero, aprendemos de Pablo que su oración por los discípulos continuaba aún cuando algunos de ellos habían madurado en la fe y tenían responsabilidades importantes en la iglesia, como vimos en el ejemplo de 2a. Timoteo 1: 3.

            Orar con insistencia significa, además, hacerlo con ruego y súplica:

            “… orando en todo tiempo con toda oración y súplica en el Espíritu, y velando en ello con toda perseverancia y súplica por todos los santos…” Efesios 6: 18. Es el camino que ya marcó el Señor Jesús en su ministerio terrenal: “Y Cristo, en los días de su carne, ofreciendo ruegos y súplicas con gran clamor y lágrimas al que le podía librar de la muerte, fue oído a causa de su temor reverente.” Hebreos 5: 7.

            Jesús es el ejemplo de la actitud y postura con que debemos llegar ante el trono de Dios. Nos acercamos al Señor humillados y quebrantados, conscientes de nuestra propia necesidad y de la de nuestros hermanos. Sabiendo que los recursos humanos no son válidos, nos presentamos ante el Padre con lágrimas, clamando por la manifestación de su amor y misericordia.

            De esta manera participamos de los sacrificios y sufrimientos de Cristo por su Cuerpo, que es la iglesia. El apóstol Pablo desde la oración, sufría “dolores de parto” por los discípulos, hasta que Cristo fuera formado en ellos. (Gálatas 4: 19). Esta actitud tiene que estar presente en cada uno de nosotros. La oración con este corazón bueno y recto, no solo va a posibilitar que la gracia divina opere en los discípulos por los cuales oramos, sino que, nosotros también vamos a conocer más íntimamente a nuestro Señor Jesucristo.

Este material fue compartido por Hugo en un encuentro virtual de pastores el 20 de Abril de 2021

o – o – o