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Dios Es Temible, Keith Bentson

19/07/2022

Dios Es Temible, Keith Bentson

Un mensaje de fecha incierta, de los años ochenta, rescatado de un viejo casete, que lamentablemente solo nos dejó lo que estaba grabado en uno de sus lados. En este mensaje, Keith tiene una palabra de advertencia a nuestro mover del Espíritu: “Hermanos yo quiero hablar los próximos momentos muy sencillamente acerca del temor de Dios. Yo siento, yo creo, que Dios cada vez más va a meter su temor en nuestro medio, porque si no llegamos realmente a temer a Dios, pronto el señorío de Cristo será cuestión de dichos y slogans. Pronto la sujeción será cuestionada, la obediencia será parcial, la proclama del evangelio se realizará cómodamente nomás. Hay un elemento espiritual, moral que une toda la verdad, nos purifica, nos fortalece y nos capacita para ser fieles a Dios hasta el fin, y es el temor“.

Audio en Mp3 “Dios Es Terrible”

He aquí que yo los reuniré de todas las tierras a las cuales los eché con mi furor, y con mi enojo e indignación grande; y los haré volver a este lugar, y los haré habitar seguramente; y me serán por pueblo, y yo seré a ellos por Dios. Y les daré un corazón, y un camino, para que me teman perpetuamente, para que tengan bien ellos, y sus hijos después de ellos. Y haré con ellos pacto eterno, que no me volveré atrás de hacerles bien, y pondré mi temor en el corazón de ellos, para que no se aparten de mí.  Y me alegraré con ellos haciéndoles bien, y los plantaré en esta tierra en verdad, de todo mi corazón y de toda mi alma.

Jeremías 32:37-41

Permítanme ubicarlos en la escena previa a este pasaje. El profeta Jeremías está en la cárcel porque ha profetizado que Babilonia arrasará la ciudad de Jerusalén, y que nadie debía ofrecer resistencia, sino entregarse a los Babilonios, porque era Dios quien los enviaría. Algo muy curioso había pasado un día cuando el profeta estaba en el patio de la cárcel: Dios le había dado una palabra: “cómprate una tierra aquí en Jerusalén”. Confuso pensaba, “Dios me habló que vendrán los babilonios, que tomarán Jerusalén, ¿será Dios quien me dice que tengo ahora que comprar el terreno?”.

Al poco tiempo vino un pariente de Jeremías que le dijo: “tu eres el pariente más cercano de fulano, que ha muerto y tienes el derecho de comprar un terreno”. Con esto, Jeremías sabía que había recibido palabra de Dios, y compró el terreno. ¡Lo que hizo fue como hoy ponerse a pintar la casa justo antes que la demuelan para poner en su lugar una autopista! ¡Los babilonios van a arrasar con todo, y él con el poco dinero que tiene, compra un terreno!

Después de cerrar la compra, se puso a orar, a adorar a Dios, magnificó a Dios sin entender mucho lo que estaba haciendo, pero dando gloria a Dios. Es en este contexto que Dios comienza a hablarle lo que está registrado en el versículo 37.

Quiero que veamos dos o tres cosas que servirán de introducción a lo que quiero dejarles esta tarde. En primer lugar, Dios quiere hacernos bien. Dios quiere plantarnos para que echemos raíces y vengan vientos de justicia y permanezcamos, porque estamos plantados por la mano de Jehová. ¡Dios quiere hacernos bien! A su vez, Dios quiere traer bien a sí mismo. Ustedes saben, Dios es sensible.

Imaginemos cómo Dios termina cada día cuando aquí en la tierra hay constante queja y blasfemia, y malicia, y rebelión y pecado. La biblia dice que Dios se enoja todos los días. Pero en este pasaje dice Dios: “yo me alegraré con ellos haciéndoles bien”. Es decir que, cuando Dios ve el bien que recibimos, la nueva vida, la esperanza, la fe, la prosperidad, Dios se pone muy feliz.

Ahora con el fin de que tengamos bien y que Dios también se alegre, Él dice “yo les daré dos cosas: les daré un corazón y les daré un camino”. Dios nos ha dado un corazón y Dios nos ha dado un camino. En nuestro corazón entendemos algo más acerca del propósito de Dios, que está inclinado hacia Él, nos encanta bendecirle, agradecerle, alzar y batir las manos en su presencia. ¡Nos ha dado un corazón! ¡Amamos a Dios, amamos la verdad, amamos a Cristo Jesús, amamos a la iglesia! ¡Dios nos ha dado un corazón! No somos hipócritas, somos sinceros. Dios ha llegado para darnos un nuevo corazón. Nos ha dado también un camino. Entendemos con bastante claridad que el centro del universo es Cristo Jesús y su señorío y de él mana la vida. Entendemos que solamente bajo el señorío de Cristo Jesús podemos andar en casa, en la calle, desenvolvernos en el trabajo, amar a los hermanos, testificar y predicar el evangelio porque Cristo Jesús es el hijo de Dios ensalzado a la diestra de Dios. Entendemos los caminos, la fe, el amor, la sujeción, la unidad, la sana obligación de compartir nuestra fe con aquellos que nos rodean. ¡Dios nos ha dado un corazón, Dios nos ha dado un camino!

Sin embargo, no es suficiente haber recibido bien de Dios, no es suficiente haber recibido un nuevo corazón, no es suficiente conocer el camino, a menos que haya en nosotros otro elemento de muchísima importancia, sin el cual, pronto el corazón se enfriará y se perderá el camino. Hay algo sin lo cual nadie podrá ser fiel hasta el fin y ese algo que hace falta es el temor a Dios. Dios dice: “les daré un corazón y un camino para que me teman perpetuamente; pondré mi temor en el corazón de ellos para que no se aparten de mí”.

Hermanos yo quiero hablar los próximos momentos muy sencillamente acerca del temor de Dios. Yo siento, yo creo, que Dios cada vez más va a meter su temor en nuestro medio, porque si no llegamos realmente a temer a Dios, pronto el señorío de Cristo será cuestión de dichos y slogans. Pronto la sujeción será cuestionada, la obediencia será parcial, la proclama del evangelio se realizará cómodamente nomás. Hay un elemento espiritual, moral que une toda la verdad, nos purifica, nos fortalece y nos capacita para ser fieles a Dios hasta el fin, y es el temor.

Tres Clases de Temor.

A veces hay un poco de confusión acerca de significado del temor por el mismo uso de esta palabra en las escrituras. Permítanme señalarles al menos tres clases de temor. Hay lo que voy a llamar el temor natural, que es un temor muy sano, es normal temer lo desconocido, es normal temer un gran ruido estrepitoso, es normal sentir temor cuando hay un terremoto, cuando uno se cae, porque ese temor nos prepara para preservar nuestra vida. Hay temores que son naturales que sirven para una autoprotección de nuestro ser. Son temores normales.

De allí se pasa a lo que vamos a llamar un temor servil, un temor que es malsano. Se trata de un temor por cobardía, por centrarse en la debilidad propia, sin valentía, lo que nos hace mal. El temor servil penetra en el ser humano cuando él comete pecado porque el pecado siempre debilita, confunde y enceguece. Es lo que le ocurrió a Adán después de su pecado, que lo llevó a esconderse  de Dios porque tuvo un temor servil como producto del pecado. Este temor servil sería el temor al hombre. El proverbio dice “El temor del hombre pondrá lazo; más el que confía en Jehová será exaltado” (Proverbios 29:25). Este temor tenemos que desarraigar de nuestra vida.

Pero hay otro temor al cual tenemos que llegar, que es el temor de Dios. Salomón después de meses y tal vez años de estudio y pensamiento termina su libro de Eclesiastés diciendo: El fin de todo el discurso oído es este: “Teme a Dios, y guarda sus mandamientos; porque esto es el todo del hombre” (Eclesiastés 12:13). Nos dice: “Yo he estudiado la ciencia, he acumulado riquezas, he pretendido experimentar toda gama de cosas que hay en la vida. Yo veo que lo más sano, lo más importante, lo más fundamental para el hombre es que tema a Dios, este es el gran deber del hombre”.

Para ser prácticos, ¿Qué opera el temor de Dios en nuestras vidas? -Yo diría, para comenzar, que el temor de Dios purifica nuestra alegría. ¿Recuerdan aquella vez cuando David volvía a Jerusalén con el Arca? El arca volvía a Jerusalén, la presencia de la gloria de Dios volvía a la capital y David danzaba, los cantores entonaban, pero en un momento uno de los bueyes que tiraba el carro tropezó y el hombre que se llamaba Uza extendió su mano para que el arca no cayera. Repentinamente Dios lo mata. David quedó conmocionado, asustado. La biblia dice que aquel día David temió a Dios y fue a su casa sin el arca. Pasaron algunos meses y él humillado delante de Dios descubrió por qué había sucedido tal desgracia. Volvieron muchos para traer otra vez el arca; no entro en detalles, pero trajeron correctamente el arca de Dios. Y otra vez David volvió a saltar y danzar con gran regocijo, pero su alegría estaba ahora más santificada. Yo les digo hermanos, cuando nosotros comenzamos a alegrarnos en Dios, a regocijarnos, es el temor de Dios el que purifica y santifica y enriquece nuestra alegría.

Dice el salmista: “Servid a Jehová con temor, y alegraos con temblor” (Salmos 2:11). Todos saben que el temor de Jehová es el principio de la sabiduría. ¿Saben por qué tenemos muchas opiniones y muchos prejuicios, y muchas ideas nuestras? ¡porque no tememos a Dios! Pero cuando uno teme a Dios, recién comienza a poder pensar acertadamente, porque el temor de Jehová es el principio de la sabiduría. Además, el temor de Dios nos aparta del pecado. Cuando Israel era joven, recién comenzando su historia, la escritura dice: “Con misericordia y verdad se corrige el pecado,
Y con el temor de Jehová los hombres se apartan del mal”
(Proverbios 16:6).

Muchos saben que más adelante, cuando Israel estaba en decadencia, los profetas hablaron advirtiendo una y otra vez al pueblo de Dios que volviera a temer a Dios. Es un hilo, un pensamiento que uno encuentra a través de la historia de Israel. El proverbio dice: “No tenga tu corazón envidia de los pecadores, antes persevera en el temor de Jehová todo el tiempo” (Proverbios 23:17) ¡Cuán fácil es envidiar a los mundanos! Uno ve su soltura, su franca libertad de ir de aquí para allá y hablar cómo y cuándo quieren y uno dice, “pensar que antes yo tenía esa libertad y ahora ya no la tengo. Yo antes hacía así y así, y hablaba así”, como añorando aquello que habíamos decidido dejar atrás, y el corazón comienza a envidiar a los impíos. Pero la escritura nos advierte fuertemente contra este sentimiento y, opuestamente, a perseverar en el temor de Dios.  

¿Ustedes saben por qué pecamos? -Alguien dirá: “pecamos porque somos tentados”, y es cierto, la tentación apunta a llevarnos hacia un acto de pecado. Otro dirá, “nosotros pecamos porque somos débiles”. Bien se ha dicho que somos débiles. ¡Somos débiles! Pero escúchenme, ¡cuando el débil teme a Dios, no peca! ¡El remedio para apartarnos del pecado es el temor de Dios! ¡¡¡Escúchenme!!! Es posible tener un encuentro con el Dios vivo, ser lavado y levantarse con nueva fuerza y después caer por no haber temido a Dios.

El creer, la oración, la comunión de los hermanos, todo ayuda para que no pequemos, pero entiéndame bien, hay algo más fundamental que todas las demás cosas y es el temor de Dios. ¡Y el que no tema a Dios, tarde o temprano caerá! Nadie puede permanecer de pie a menos que tenga un profundo temor de Dios. San Pablo lo dice de esta forma: “Así que, amados, puesto que tenemos tales promesas, limpiémonos de toda contaminación de carne y de espíritu, perfeccionando la santidad en el temor de Dios” (2 Corintios 7:1). Alguien dice, pero hermano Bentson, cuando yo comprendí el amor de Dios, yo me aparté del pecado. ¡Estoy seguro que sí, hermano! Cuando uno comprende que Dios nos ama, quiere arrepentirse y se vuelve a Dios. Pero hace falta, además del amor para con Dios en nuestra vida, hace falta el temor a Dios.   

(El mensaje de Keith continúa pero el segundo lado del viejo casete está defectuoso)