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¿Qué Hemos Hecho Con la Plabara de Dios?, Marcos Moraes, Porto Alegre, 2010.

29/04/2014

¿Qué Hemos Hecho Con la Plabara de Dios?, Marcos Moraes, Porto Alegre, 2010.

Marcos Moraes 2Hace 30 ó 40 años nuestros mayores recibieron revelación de verdades que nos habían estado vedadas, pertenecientes a las Escrituras. Esto marcó una vuelta a la Palabra de Dios. Qué hemos hecho con la verdad revelada?

Qué hemos hecho con la Palabra de Dios

Traducción y transcripción adaptada de un mensaje dado por Marcos de Moraes, de una serie de mensajes en un Retiro de pastores y líderes,  en Porto Alegre,  junio de 2010

 Introducción

El tener que predicar en un retiro de pastores es una tranquilidad por un lado, pero es una responsabilidad por otro. Porque los pastores son los hombres más maduros de la Iglesia, y por eso uno puede hablar tranquilo; pero, a la vez, es una responsabilidad, porque todo lo que diga, de alguna manera va a ser juzgado y cotejado con la Palabra de Dios.

Me gustaría que leamos Isaías 66:1-2.

 

 “Jehová dijo así: El cielo es mi trono, y la tierra estrado de mis pies; ¿dónde está la casa que me habréis de edificar, y dónde el lugar de mi reposo?  Mi mano hizo todas estas cosas, y así todas estas cosas fueron, dice Jehová; pero miraré a aquel que es pobre y humilde de espíritu, y que tiembla a mi palabra.”

 

Temblar ante su Palabra

El v. 2 no termina diciendo que Dios mirará a aquel que es pobre y humilde de espíritu y que lee su palabra… o que estudia su palabra…  o que gusta de su palabra. Lo que dice es que Dios mirará a aquel que es pobre y humilde de espíritu y que tiembla ante su palabra.

 

La Palabra de Dios es la voz del cielo, y nos transmite los pensamientos de Dios, los cuales son más altos que nuestros pensamientos. Y el Señor se agrada con los que, más que leer, estudiar o gustar de la palabra, temen, tiemblan ante ella.

 

Vamos a estar hablando de la herencia que recibimos de nuestros padres. Hace 30 ó 35 años, ellos recibieron revelación de Dios por medio de la Palabra y del Espíritu Santo. Nosotros debemos ahora hacernos una pregunta: ¿Qué hemos hecho con esta herencia que recibimos?

 

Me gustaría en esta mañana recalcar lo que ocurrió en la vida de aquellos hermanos por medio de la Palabra de Dios. Yo nunca habría imaginado ver a mi padre haciendo lo que hizo, entrando en el camino que él entró. Creo que tuvo la fuerza y la firmeza para hacerlo, porque tenía la convicción de que todo estaba en la Palabra de Dios.

 

No podemos dejar de decir que estos hermanos, nuestros padres, -cito aquí entre ellos a mi propio padre, a Erasmo, a Moacir, a Ismael, a Iván, a Jorge Himitian- pagaron un alto precio. Tuvieron que salir en dirección de la Palabra y renunciar a toda una gama de teología que los enredaba.

 

No hay en la historia de los movimientos de la Iglesia ninguno que no tenga como base  un retorno a la Palabra, un nuevo respeto a la Palabra. Podríamos decir que la historia de la Iglesia refleja esto. Vemos en la historia de la Iglesia un ciclo que se compone por un respeto a la Palabra, y luego un desprecio a la Palabra. Luego otra vez surge un respeto por la Palabra para después caer en un menosprecio por la Palabra. Así sucesivamente.

Nos preguntamos: ¿Cómo puede ser que una Iglesia instituida por Jesús y sus apóstoles, con el pasar de los años, se haya convertido en una cosa tan anticristiana?

 

Cuando vino la Reforma, sucedió lo mismo. Todos los movimientos de la Reforma fueron un retorno a la Palabra de Dios, un temblar ante la Palabra de Dios. Pero lo que los reformadores dejaron, con el pasar del tiempo, sus herederos siempre fueron desviándose. Si uno observa con detenimiento, ese desvío tiene un patrón: el patrón de desvío de la Palabra es la falta de temor ante ella.

 

La Palabra de Dios es una afrenta a nuestra naturaleza carnal. Nos incomoda, está repleta de cosas que nuestro hombre natural detesta. Cuando no hay temor ante la Palabra de Dios, cuando no temblamos ante ella, la terminamos recortando, acomodándola, y nos desviamos de lo que nos muestra y nos enseña.

 

Cada vez que Dios levantó hombres para hacer un movimiento restaurador en la Iglesia, usó el Espíritu y la Palabra. Estos hombres comenzaron a respetar y temer ante la Palabra de Dios, como es digno de que suceda.

 

La maraña de teología, de la cual nuestros padres se apartaron para comenzar a vivir lo que hoy llegó hasta nosotros, continúa ahí. No murió, sino que creció y está llenando las librerías evangélicas. Esta teología hace aseveraciones de todo tipo, y es hecha por hombres que no tiemblan ante la palabra de Dios.

 

 

Una lección de hermenéutica

Viene a nuestro pensamiento que es solo una cuestión de interpretación lo que sucede. Creemos que uno interpreta de una manera, y otro de otra. Pero ¿qué es eso, que haya una Biblia que tenga varias formas de ser interpretada? ¿Cómo puede ser que Dios nos dio una Biblia confusa, que no nos dice claramente cuál es la voluntad divina?

 

    Hermanos, el problema no tiene que ver con las formas de interpretación. El problema está en la actitud del corazón con que nosotros encaramos la Palabra de Dios.

 

La mayor clase de hermenéutica que tuve en mi vida, la más contundente instrucción de cómo tratar con la Palabra de Dios, fue en Salvador, en un retiro abierto de pastores. En ese retiro estaba Jorge Himitian, y un pastor se acercó para hablar con él. Este pastor estaba separado y casado con otra mujer, y yo pude presenciar esa conversación. El hombre le preguntó: “Hermano, ¿qué es lo que Ud. cree en cuanto a ese asunto de divorcio y recasamiento?” Jorge abrió en Lucas 16:18 y dijo: “Yo creo esto, que todo aquel que deja a su mujer y se casa con otra comete adulterio contra ella y aquel que se casa con la repudiada, comete adulterio también”. Pero el hombre le dijo: “Está bien, pero ¿cuál es su interpretación de ese versículo?”. Entonces Jorge le responde: “Bueno hermano, le voy a dar mi interpretación de este versículo. Mi interpretación es que todo hombre que deja a su mujer y se casa con otra comete adulterio y el que se casa con la repudiada también comete adulterio”. Entonces el pastor, ya nervioso y confuso le dice: “No, yo no le pedí que me lea otra vez el versículo. Lo que quiero saber es cuál es su interpretación del texto”. Entonces Jorge le dijo: “Ah bueno, discúlpeme. Yo le voy a dar entonces mi interpretación del pasaje. Todo hombre que deja a su mujer y se casa con otra comete adulterio y el que se casa con la repudiada también comete adulterio”. Yo me gozaba y agradecía Dios por lo que estaba viendo. Fue una gran enseñanza para mí.

 

  Hermanos, tenemos un problema, y es que interpretamos por demás. Nuestras interpretaciones producen desvíos, y muchas veces son fruto de nuestra mente carnal. Necesitamos temblar, temer ante la palabra de Dios.

 

Después que pasaron años de estar en esta onda gloriosa de Dios, me comencé a preguntar: “¿Por qué aquel y aquel hermano tienen tanta revelación?” Luego de un tiempo, comencé a descubrir que la cosa no era tan fantástica, que las mayores revelaciones que recibimos eran proferidas por hombres que tomaban un texto y decían simplemente: “Esto es lo que aquí dice”.  Lo que más necesitamos es leer la Escritura y decir: “Esto es lo que dice aquí, y se terminó”.

 

 

El factor Abraham

Yo tengo un temor, amados, es que antes que el Señor nos revele todo lo que Él quiera revelarnos, nosotros ya tengamos de antemano distintas interpretaciones de las cosas. Temo que nos estemos contaminando con la “telarañas de la teología” que imperan en la Iglesia hoy. Iván cuenta que cuando salió de la denominación donde estaba, se sintió libre de las telarañas. Él se sentía como una mosca presa en esa tela, y cuando salió de ahí, se sintió libre.

 

Han pasado los años y he visto y oído cosas que me asustan, me preocupan. Por ejemplo, oí a un “apóstol” decir que su mujer no era sumisa, pero que eso era normal y que no era necesario. Yo pienso: ¿Es así ahora la cosa, es así la interpretación de la Palabra?

 

Quiero decir algo fuerte. En función de la así llamada unidad, mucho de lo que Dios ha hablado ha sido relativizado. No podemos relativizar las cosas del Señor en función de la unidad. Las cosas que Dios nos dio, no son nuestras, son de Él, y nosotros no tenemos el derecho de relativizarlas. Creo, amados, en la unidad, y creo que va a ocurrir antes de la venida del Señor. Pero creo que tenemos que esperar en el Señor, y ver lo que el Señor hará.

 

Yo tengo miedo de algo que llamo “el factor Abraham”. Este factor aparece en nuestra vida a toda hora. Queremos una cosa, esperamos en Dios. Dios demora en responder, y entonces nosotros la fabricamos. Es lo que hizo Abraham con Agar. Le dio un empujoncito a la promesa del Señor, porque estaba muy demorada. Forzamos las cosas para que sucedan, y eso está mal. Dios no nos permite tocar nada que sea suyo, en función de lograr alguna cosa.

 

 

Factores que debilitan la fidelidad a la Palabra

Me gustaría compartirles algunas cosas que con los años he observado, cosas que nos han hecho tropezar en relación a la Palabra de Dios. ¿Qué cosas hacen que nos debilitemos en el espíritu de fidelidad a la Palabra de Dios?

 

1-  El error de leer la Biblia como un todo, no entendiendo que el NT es superior al AT.

 

Cuando leemos la Biblia y no discernimos  la superioridad del NT frente al AT, y le damos al AT demasiada importancia, equiparándolo al Nuevo, cometemos muchos errores.

 

Esta cuestión de diferenciar la importancia del NT sobre el AT no fue esclarecida por los reformadores. Ellos recuperaron la palabra como un todo. Los puritanos usaban una expresión: “Sola Scriptura” (solo la Escritura). Estaba bien, pero no percibieron que había una gran distinción entre NT y AT. Y los errores que había a causa de esa falta de distinción, no se corrigieron.

 

La Iglesia actual es una Iglesia heredera de la Reforma. La Biblia ha sido recuperada como única fuente, pero no separó el Antiguo del Nuevo Testamento. Una gran cantidad de errores que existen en la Iglesia es por este motivo.

 

Algunos ejemplos:

–        ¿De dónde vienen los templos, cuál es la base bíblica ? Del A.T.

–        ¿De dónde viene la casta sacerdotal, la diferencia entre aquellos que sirven a Dios y los demás? “Fulano fue llamado para ser siervo del Señor” ¿Y todos los demás, no son llamados? Eso está ahí, una casta sacerdotal fundada en el AT, sin base bíblica ninguna en el NT. El NT dice que todos somos sacerdotes (1Pe 2.9).

–        ¿De dónde viene una vida basada en mandamientos? Del AT. En el NT la vida está basada en el Espíritu vivificante que mora en nosotros. Los mandamientos orientan la vida, pero la vida no está fundada en los mandamientos. El mandamiento orienta la vida, pero la vida es Cristo habitando en cada corazón. Este es el poder para una vida santa.

–        ¿De dónde viene la sobrevaloración de lo material, de todo lo que es natural y terreno? Proviene del AT. En el NT no está ese énfasis.

–         Así, hay muchas cosas extraídas del AT.

 

 

Iván Baker nos enseñó algo a este respecto. Él decía: “No hay que hacer nada que Jesús y los apóstoles no hayan hecho; no hay que aceptar aquello que no esté explícitamente en el NT”. Alguno puede decir: “Marcos, estás dejando al AT de lado”. No es así, “Toda la Escritura es inspirada por Dios y es útil para enseñar…”. Útil, pero la base sigue siendo el NT. ¡Cuántos errores tenemos que son fundamentados en el AT!

 

En la década del 90 fue el auge de un movimiento que resaltaba prácticas basadas en el AT, y arrastró a muchos. Muchos empezaron a predicar y expresar cosas enfatizadas en el AT.  Una vez, un pastor comenzó a predicar del propiciatorio. Habló una hora y media. Hizo una exposición impresionante, pero yo estaba preocupado porque veía que avanzaba con el tema, y nunca llegaba a hablar de Cristo. Pasó una hora y no pasaba nada; pasaron quince minutos más, y no entraba en el NT. Cuando estaba concluyendo el mensaje, yo pensaba: “Bueno, ahora en sus últimas frases va a meterse en Jesús”. Pero no fue así. Este hombre terminó y no mencionó ni una vez la sangre de Cristo, que es la propiciación por nuestros pecados, de lo cual el propiciatorio es una pobre figura.

 

     Deberíamos tener una mente habituada a no hablar aquello que Jesús y los apóstoles no hablaron. Si tienes algo que para ti es importante hablar, pero es algo que ellos no hablaron, entonces no tiene importancia que lo hables.

 

El Señor tuvo que tratar con los apóstoles por los paradigmas que en ellos había. Dios le ordena a Pedro: “Come”. Y Pedro dice: “No, yo no voy a comer eso inmundo”. Dios debe tratar con nuestros paradigmas. La Iglesia primitiva luchaba con paradigmas. Pablo sufría por algunos que querían volver a los rudimentos pobres y caducos del judaísmo. El Señor no quiere que estemos sometidos a paradigmas dañinos para la verdadera fe.

 

Las cosas del AT que eran importantes para nosotros hoy, fueron traídas y refrendadas por el NT. Debemos tener cuidado en no traer cosas del AT que no están refrendadas por el NT. No debemos caer en el error de escoger nosotros qué traer y qué no traer del AT.

 

Por ejemplo, “apedrear a las mujeres adúlteras” no está refrendado por el NT. ¿Podemos traerlo del AT para practicarlo? No. ¿Y por qué otras cosas sí? Si nosotros somos lo que decidimos qué practicas reflotar del AT, vamos a equivocarnos. Nosotros debemos saber que el que establece el límite para ver si una práctica sigue vigente, es el NT.

 

2-  Libertades que la teología se toma para la interpretación de las Escrituras.

 

Quiero contar una historia para ilustrar esta cuestión de los paradigmas. Había una mujer que cocinaba muy bien una carne llamada “carne de tatú” o “carne de lagarto”. Cada vez que hacía esa comida, le cortaba las puntas, la condimentaba y la ponía a cocinar. Entonces un sujeto muy curioso fue y le preguntó: “¿Por qué Ud. le corta las puntas a la carne antes de comenzar a cocinarla?”. Entonces la señora le respondió: “Mire, mi mamá me enseñó a cocinar, y me enseñó a cortarle las puntas antes de empezar a cocinarla, pero yo no sé por qué”. El sujeto era tan curioso que dijo: “¿Dónde vive su mamá? Porque quiero ir a preguntarle”. Fue donde vivía la mamá de esta señora y le preguntó: “Señora ¿por qué le corta las puntas a la “carne de lagarto” antes de cocinarla?”. Ella le respondió: “Hijo, yo no sé por qué lo hago, mi mamá me enseñó a hacerlo y yo lo aprendí así”. El hombre, más intrigado aún, preguntó por la mamá de ella. Fue donde estaba la ancianita y le dijo: “Yo quiero preguntarle por qué Uds. cortan las puntas de la carne de lagarto antes de cocinarla, pero por favor no me diga que lo hace porque su mamá le enseñó”. Entonces la anciana le respondió: “Querido, no fue mi mamá la que me enseñó, fui yo quien lo inventó, y se lo enseñé a mis hijas. Lo hacía porque la asadera era medio pequeña y no me entraban las puntas de la carne…”  Así se resolvió el misterio. Esas mujeres, aunque tenían asaderas grandes, cortaban las puntas de la carne porque así se lo habían enseñado. Debemos saber que la Iglesia muchas veces actúa de esta manera.

 

Formas de interpretar las Escrituras

  A veces recibimos enseñanzas fruto de “malabarismos bíblicos”, y nos parecen profundamente espirituales. Pero no vamos a la fuente para corroborar si es correcto. No hacemos lo que hizo el hombre de la historia, que fue a la fuente.

 

Primer nivel: Base

El primer nivel es el más objetivo, el más incuestionable. Es aquel que habla lo que está bien claro. Estas cosas que están en la Biblia, las podemos llamar “base o fundamento de nuestra fe”. Son textos claros, acerca de los cuales no cabe ni una pregunta siquiera.

 

Un ejemplo sería el texto de Lucas 16:18, que nombramos hoy. Está claro, está escrito, terminado el asunto. Yo siempre doy como ejemplo Juan 14:6. Hay muchos pasajes en las Escrituras que son claros, y forman el sustento de nuestra fe.

 

Otro ejemplo sería 1 Pedro 2:9. Es un texto claro e irrefutable. Estos textos unen a la cristiandad toda. Son textos básicos y explícitos, y no hay posibilidad de poner una carga de subjetividad sobre ellos.

 

Segundo nivel: Conclusión

El segundo nivel se da por la unión de elementos evidentes y claros. Hay más de un elemento, y unidos dan como resultado una conclusión también irrefutable.

 

Por ejemplo, si juntamos Hechos 1:8 y 2:39, llegamos a la conclusión de que todos somos en la Iglesia testigos de Cristo. Porque en 1:8 nos dice que el E.S. nos capacita para ser testigos, y  en 2:39 nos dice que el E.S. es para todos los que el Señor llame.

 

Si miramos solo Hch 1:8, alguno puede decir que eso era para los doce solamente. Entonces la subjetividad va entrando. Pero ya no podemos concluir eso al leer Hch 2:39. Ya no hay carga de subjetividad.

 

 

Tercer nivel: Deducción

El tercer nivel de interpretación, que es muy usado en nuestro medio, y que yo creo  totalmente lícito, lo llamamos deducción.

 

Deducción es un poco diferente de conclusión. La deducción está basada en elementos que no son tan evidentes. Son elementos existentes; están allí, aunque no son tan evidentes como los que citamos antes.

 

Un ejemplo es cuando observamos que Jesús se relacionaba por niveles. Estaban los 500, los 120, los 70, los 12, y en medio de los 12 tenía 3. Nosotros vemos que era una estrategia de Jesús. No vemos un pasaje que nos mande explícitamente a trabajar por niveles, pero deducimos que precisamos hacerlo porque vemos que Jesús trabajaba de esa manera, y Él es nuestro Ejemplo y Maestro.

 

Este tipo de interpretación sucede cuando estamos observando ejemplos. El ejemplo de Jesús, el ejemplo de los apóstoles, el ejemplo de la Iglesia primitiva. Estos ejemplos nos muestran un camino.

 

Muchas de las cosas que hacemos no están escritas, pero las deducimos al mirar nuestros modelos bíblicos. Al verlos a ellos hacer ciertas cosas, ciertas prácticas, deducimos que es también la voluntad de Dios para nosotros. En esto hay una carga de subjetividad, pero es una subjetividad lícita.

 

Cuarto nivel: Inferencia

Veamos el cuarto nivel de interpretación. A partir de aquí  nos comenzamos a salir de aquello que es lícito a la hora de interpretar las Escrituras. Los libros de teología de hoy están cargados de esta subjetividad. A este nivel lo podemos llamar inferencia.

 

Inferencia es cuando no existen elementos evidentes, ni existentes, no hay nada. Solo tenemos “ganchos”, elementos no evidentes, y a partir de ellos hacemos una deducción forzada.

 

Para ejemplificar voy a usar nuestra postura con respecto a las mujeres. En una ocasión me tocaba hablar con las mujeres de la congregación. Casadas, solteras, viudas, todas. El Señor me dio una palabra para compartir y era que la misión principal de la mujer casada es cumplir la función de madre.

 

Hay muchas mujeres en la Iglesia que, contaminadas por el pensamiento mundano, dejan a sus hijos por ir tras su realización profesional. Nosotros entendemos cuando una mujer necesita trabajar porque necesita ayudar a su marido, porque el dinero que entra no es suficiente. Pero las mujeres que dejan sus hijos, simplemente por una cuestión de realización profesional, están yendo en contra de la enseñanza bíblica. La realización de la mujer se da cumpliendo su función de madre.

 

Algunos dicen: “Pero es injusto, el hombre puede realizarse profesionalmente, y la mujer no”. No es así, cualquier hombre que se convierte también debe renunciar a su realización personal, sus ideales se terminan. La meta desde ahora es amar y servir al Señor, esta es ahora su razón de vivir.

 

Si los hombres deben renunciar a su realización profesional, ¿por qué las mujeres no?

Si la palabra de Dios dice que la misión de la mujer es la misión de madre, no debemos inferir otra cosa sino interpretar correctamente.

 

Ahora veamos el ejemplo para los solteros. ¿Cuál es el consejo para los solteros? Mirando 1Cor.7, me quedé impresionado por lo que leí. Pablo es muy claro: “En el Reino de Dios, el soltero y la soltera, están en mejor situación que el casado”. Pablo enseña que el casado está dividido. Cuando hablé esto a los solteros, muchos de ellos vinieron a mí agradecidos, y reconociendo que había un peso, una presión muy grande sobre ellos por no comprender esto. Los solteros reciben mucha presión de los casados, en todas partes. Todos les dicen: “¿Cuándo te vas a casar? ¿Por qué no conseguís a alguien para casarte?”.

 

Hermanos, los solteros son la mayor gloria de Jesús en la Iglesia. Los que van envejeciendo y no se casan, más gloria tienen aún. Esto es así porque el amor afectivo y la necesidad sexual son de las cosas más fuertes en el ser humano, pero estos hermanos están renunciando a eso por el Reino de Dios. Muchos de los que están solteros en la Iglesia, en el mundo tal vez ya estarían casados. Pero estos hermanos son diferentes, no son del mundo.

 

Debemos tener cuidado con lo que decimos. La familia no es el propósito de Dios. La Biblia no enseña eso. A veces, por enfatizar tanto una palabra, creamos nuestras propias verdades, y se substituye la Palabra de Dios en la mente de los hermanos. Hablamos tanto de la familia que fácilmente caemos en decir que la familia es el propósito de Dios. Pero, ¿dónde dice eso? Si pensamos así, estamos dejando a los solteros afuera.

 

Cuando nos dimos cuenta de esto, llorábamos en nuestro corazón. Tuve que pedir perdón públicamente a los hermanos solteros por lo que estaba sucediendo. Una hermana muy fiel, médica ginecóloga, soltera, me dijo: “Yo estoy bien así, estoy plena con Jesús. Pero mi problema es que voy a la Iglesia y una hermana, esposa de líder, viene y me dice que yo no me quiero casar porque soy independiente, y no quiero tener cabeza”.

 

Hermanos, Jesús es la cabeza de la Iglesia. ¿Cómo esta mujer dice eso? Otra mujer me contaba que una hermana le decía: “Yo a tu edad ya estaba casada y tenía hijos. ¿Qué estás esperando para casarte?” Esto lo escucho por todas partes. Los hermanos se saludan en las reuniones, abrazan a un soltero y le dicen: “Que este año aparezca tu prometido/a” ¿De dónde sacamos eso? Lo sacamos del mundo, y de nuestras inferencias.  En ningún lugar dice que la familia es el propósito eterno de Dios. Las Escrituras dicen que el propósito de Dios es la “Familia Eterna”, y en esa familia están incluidos todos los solteros.

 

Quinto nivel: Derivación

El quinto nivel de interpretación es la derivación. Aquí la carga de subjetividad es mayor que en la inferencia. Es usar un texto como pretexto. La persona toma un texto, lo lee, y le da una interpretación que no tiene nada que ver con lo que el texto comunica.

 

Voy a dar una ilustración. En la década de los 80 se esparció en Brasil una enseñanza en cuanto a la alabanza, la cual era pura derivación. La alabanza y la adoración no necesitan de eso para encontrar respaldo en las Escrituras.

 

Esta doctrina decía que la alabanza debía ser restaurada a causa de Hechos 15, donde habla de “la restauración del tabernáculo de David”. Y decían que el tabernáculo de David  era el tabernáculo de la alabanza.

 

En Hechos 15, Santiago está hablando de otro tema: La participación de los gentiles en el Reino de Dios. Entonces, cita al profeta Amós para respaldarlo. Estos versículos no hablan de alabanza, hablan de otra cosa. La alabanza no necesita de pseudo teología para fundamentarse en las Escrituras. La alabanza está clara en las Escrituras.

 

Algunos pueden decir: “Pero entonces Marcos, ¿para qué te preocupas tanto? Si la alabanza está clara en las Escrituras y es algo bueno, ¿cuál es el problema que se use un texto como este para hablar de ella?” Mi problema es que este tipo de teología va enseñando a los hermanos a ser subjetivos en la interpretación de las Escrituras. Entonces, muchos salen a hacer osadas aseveraciones, que nada tienen que ver con lo que Dios nos está comunicando. Las Escrituras nos dicen: “No sobrepases lo que está escrito”. Lo que hablamos, lo debemos hablar según la Palabra de Dios.

Una lección con Iván

Yo les conté una lección que aprendí con Jorge [Himitian], y ahora les voy a contar una lección que aprendí con Iván [Baker]. Él me repetía esta frase cuando me veía haciendo algunas derivaciones: “Marcos, nosotros no aprendemos solo con lo que la Biblia dice. Aprendemos mucho también con lo que la Biblia no dice. ¿Por qué estás diciendo lo que la Biblia no dice?”

 

Los reformadores no lo hicieron. Sin embargo, en la teología moderna esto abunda. Se van leyendo los textos, y se van encontrado interpretaciones, fruto de derivaciones. Cuando eso sucede, denota que nos falta temor delante de la Palabra del Señor. Dios no nos dio esta libertad. Dios no precisa que nos tomemos esta libertad. Dios quiere que interpretemos su Palabra, y quiere que hagamos aquello que está clara y objetivamente expresado.

 

Vamos a algunos y les preguntamos: “¿Por qué estás enseñando esto?” Ellos nos responden: “Porque es lo que me enseñaron a mí”. Muchos dicen: “Lo hago porque mi pastor me lo dijo”. Sucede lo de aquella mujer cocinando que nombrábamos hoy. Muchos paradigmas errados se van causando por esa libertad que nos damos a la hora de interpretar las Escrituras.

 

Voy a contar una historia para ilustrar cómo esta cuestión de los paradigmas se forma fácilmente. Unos científicos comprobaron esto con monos. Tomaron 5 monos hambrientos, los encerraron, y pusieron arriba de una escalera unas bananas. Cuando uno subió para agarrar las bananas, con una manguera con agua helada a presión, mojaron a los 4 que quedaron abajo. Cuando subió otro, hicieron lo mismo. Repitieron esto varias veces, hasta que ya ninguno subía a buscar las bananas. Luego cambiaron uno de los monos, pero el mono nuevo no sabía lo que pasaba, así que quiso subir a buscar bananas. Cuando lo intentó, los otros le impidieron que lo haga. Estuvieron varias veces peleando con el mono que quería subir hasta que lo convencieron. Luego pusieron otro mono más. Este también quería ir por las bananas, pero se lo impidieron entre todos, incluido el mono que había entrado último. Él lo hacía porque los otros lo hacían. Él no sabía por qué, pero lo hacía.

 

Esta experiencia se repitió hasta colocar 5 monos que no habían recibido el shock del agua helada a presión. El resultado fue que ninguno subía por las bananas. La interpretación espiritual se la dejo para ustedes.

 

 

“Señor, libera tu Casa de nuestras propias palabras, y danos la gracia de estar atentos a tus Santas Palabras, Amén”.