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¿Qué Hemos Hecho con el Espíritu Santo?, Marcos Moraes, Porto Alegre, 2010.

29/04/2014

¿Qué Hemos Hecho con el Espíritu Santo?, Marcos Moraes, Porto Alegre, 2010.

Marcos Moraes 2Durante las últimas décadas la iglesia mundial ha sido influenciada por teologías y paradigmas que han modificado sustancialmente la enseñanza bíblica sobre el lugar y obra central del Espíritu Santo. Marcos presentó este mensaje como parte de una serie denominada “Qué Hemos Hecho”, la cual iremos ofreciendo en nuestro sitio de a poco. Su audiencia eran pastores y líderes de la Iglesia de Porto Alegre, Brasil.

Qué hemos hecho con el Espíritu Santo

(Traducción y transcripción adaptada de un mensaje dado por Marcos de Moraes, de una serie de mensajes en un Retiro de pastores y líderes,  en Porto Alegre,  junio de 2010.)

 

Introducción

En estos días hemos procurado hablar sobre lo que recibimos en el principio, hace 30 o 35 años atrás, atentos a aquellas cosas que Dios desea que revisemos. Mirando las cosas que entendemos y practicamos, hemos visto cómo los paradigmas dificultan mucho este caminar. Debemos estar atentos para tener una mente libre de paradigmas.

 

El asunto que Dios me indica para esta mañana, es un tema que yo no quería hablar. Yo decía: “Dios, no me mandes hablar de esto”. Pero tengo que hacerlo. Tengo 6 páginas aquí y voy a explicar por qué. El tema que tengo que hablar es con referencia a qué hemos hecho con el Espíritu Santo de Dios. Algunos de los puntos que mencionaré son fruto de las conversaciones con mis compañeros en los últimos años.

 

Vamos a tratar este asunto porque creo que está lleno de paradigmas. Lo quiero hacer con mucho cuidado, y con la paz de que estoy en medio de los hermanos. Lo que voy a decir no es con respecto a tal o cual ministerio, a esta u otra ciudad, sino que estoy hablando de cosas que noto en todos lados.

 

Voy a abordar tres puntos, y quiero en cada punto dejar primero bien claro lo que no estoy diciendo, para luego poder decir lo que quiero decir.

 

Estos tres puntos son tres equivocaciones muy visibles en nuestro medio con relación al Espíritu Santo. Estos tres errores estorban y limitan la obra del Espíritu Santo.

 

 

1º) Cuál es el lugar que el Espíritu Santo tiene en la Iglesia. Cuál es el alcance de su ministerio

 

Lo que no estoy diciendo:

–        que no creo en milagros;

–        que no debemos buscar los dones del Espíritu;

–        que no es necesaria la unción del Espíritu;

–        que el Espíritu Santo es una cuestión secundaria.

 

No es esto lo que pienso, lo que creo o lo que quiero afirmar.

 

Un hermano considerado como apóstol en Brasil, estaba dando apoyo a unos hermanos de EE.UU.  Él quería que estos hermanos se vincularan con él. Pero no fue así. Después de un tiempo, estos hermanos pidieron relacionarse con nosotros. Entonces este hermano fue allá a hablar con los presbíteros, y les dijo: “La Iglesia de Uds. necesita la cobertura de dos ministerios”. Luego les dijo el por qué: “Ellos tienen la Palabra, y nosotros tenemos la unción del Espíritu”, refiriéndose a nuestro ministerio y al suyo respectivamente. Les aclaró diciendo: “Si Uds. reciben solo a estos hermanos, van a tener la Palabra pero se van a quedar sin la unción del Espíritu”.

 

Cuando yo me enteré, me quedé pensando: “¿Qué visión es esa? ¿Es posible estar lleno de la Palabra sin la unción del Espíritu?”. Enfáticamente, no. Hablan así porque piensan que la unción es otra cosa, totalmente separada de la Palabra. Esto es un grave error.

 

¿Cómo pueden decir que no tenemos la unción, siendo que hablo en lenguas todos los días, y hace años recibí una sanidad por el don de fe que actúa en mí? ¿Cómo pueden decir esto, siendo que hemos multiplicado discípulos en los 5 continentes? ¿Con qué poder lo hacemos? No piensen por favor que me estoy defendiendo a mí o a mis compañeros. Yo solo quiero defender la verdad, y quiero defender aquellas cosas que entiendo que tengo que decir. El primer error serio que yo veo es en relación al alcance de la actuación del Espíritu Santo en la Iglesia.

 

Si conseguís un libro sobre el Espíritu Santo, seguramente va a hablar de milagros y de cosas sobrenaturales. Sucede que al hablar del Espíritu Santo se enfatizan los dones, los milagros y las cosas sobrenaturales, cosas visibles a los ojos.

 

Con este énfasis, hemos convertido al Espíritu Santo en un fabricante de espectáculos, debilitando la comprensión de su inmensa importancia. Con este énfasis, hacemos del Espíritu Santo un refugio para aquellos que aman lo sobrenatural, pero esquivan el andar en obediencia, humildad y sujeción al Cuerpo de Cristo.

 

Esto sucede a causa de tener paradigmas errados. Creer que cada vez que interviene el Espíritu Santo debe haber milagros y cosas sobrenaturales, es un error.

 

¿Cuál es la verdad acerca del Espíritu Santo? Es muy simple. Todas, absolutamente todas las cosas en la Iglesia son realizadas por el Espíritu Santo. Él está presente en todas las dimensiones de nuestra vida personal y de nuestra vida como Iglesia.

 

El Espíritu Santo es el agente de la Trinidad. El Padre determina, el Padre quiere exaltar al Hijo, pero el Espíritu Santo es el que “se arremanga” y lo viene a  hacer. Jesús estuvo en la Tierra durante 33 años, pero el Espíritu Santo hace más de 2.000 años que se encuentra obrando en la Tierra. El Espíritu Santo está con nosotros, en nosotros, sobre nosotros.

 

El Espíritu Santo es nuestro Maestro, es quien nos enseña las palabras de Cristo. Es el que nos trae vida, porque es el que aplica la palabra de Cristo a nuestro corazón.

 

El Espíritu Santo es el que nos consuela. Todos hemos recibido consolación del Espíritu en medio de pruebas, problemas, flaquezas, frustraciones, incomprensiones, calumnias, desánimos, depresiones. En todas estas cosas somos más que vencedores porque el Espíritu Santo nos ha consolado. Si no fuera por el Espíritu Santo, ya hubiéramos desistido de este Camino hace mucho tiempo.

 

Es más: el Espíritu Santo es el que unge nuestros ojos, es el que nos da el conocimiento de Dios. Pablo oraba pidiendo espíritu de revelación. ¿Qué es esto? ¿Es un espíritu llamado Revelación? No, es la obra de revelación que realiza el Espíritu Santo. Jesús nos es revelado por el Espíritu Santo. Participamos de Cristo aunque no le vemos, por la obra del Espíritu: ¿Alguien sabe la altura de Jesús? ¿Cómo es su nariz? ¿Cómo puede ser que vivamos todos los días con una persona que nunca hemos visto? Esto sucede porque el Espíritu Santo hace que Jesús sea la cosa más real de nuestra vida. Debemos proclamar: “El Espíritu Santo está en mí, y me muestra a mi Señor todos los días”.

 

El Espíritu Santo es el mejor regalo, el mejor tesoro que podemos haber recibido. Por eso no tengo envidia de Abraham o de Moisés. Tengo lástima de ellos, pues ellos no lo tuvieron.

 

El Espíritu Santo no solo nos revela a Cristo, sino que trae a Cristo para que more dentro de nosotros. Cristo vive en nosotros. ¿Cómo es esto, si Él está sentado a la diestra del Padre? Por el Espíritu Santo, que trae al Padre y al Hijo para que habiten en nosotros.

 

Dijo Jesús a los discípulos: “El Espíritu Santo está con vosotros, y estará en vosotros”. ¿Cómo dice “está con vosotros”? Ellos no lo habían percibido, pero el Espíritu Santo había habitado con ellos durante tres años, porque el Espíritu estaba en Jesús. Al estar con Jesús, estaban con el Espíritu Santo. Cada vez que veían a Jesús, estaban en contacto con el Espíritu Santo. Dicen las Escrituras: “Cómo Dios ungió a Jesús de Nazaret con Espíritu Santo y poder, y cómo anduvo haciendo bienes”. Jesús nos dice que eso mismo sucederá con nosotros, pues el Espíritu estará en nosotros. También dijo: “No los voy a dejar solos, les enviaré el Consolador”. Cuando ellos entendieron esto, quedaron pasmados. Juan en su carta dice: “En esto se manifestó el amor de Dios en nosotros, al enviar su Hijo al mundo, para que nosotros vivamos por medio de Él” ¿Cómo podemos vivir nosotros por medio de Jesús? Por el Espíritu Santo que habita en nosotros.

 

El alcance de la obra del Espíritu Santo es aún mayor. Es solo andando en el Espíritu que vamos a vencer las concupiscencias de la carne. Esto es más importante que los milagros. Entonces, ¿por qué toda vez que leemos un libro acerca del Espíritu Santo habla de dones y milagros? Debemos enfatizar el llamado a andar en el Espíritu para no satisfacer los deseos de la carne.

 

El Espíritu Santo hace más todavía: trae la presencia de Cristo a nuestro medio. Cuando nos unimos, Cristo está en medio nuestro, y eso es una obra del Espíritu Santo.

Es el que manifiesta los dones; más aún, es el que nos ayuda a orar, porque ni eso sabemos.

 

Para ser testigos, necesitamos al Espíritu Santo. Muchos apilan libros que hablan del poder sobrenatural del Espíritu Santo, pero no los veo hacer discípulos. ¿Qué está sucediendo? ¿Qué cosa rara es esta?

 

Pero no termina ahí. Si el Espíritu Santo solamente te da poder para que te pares delante de una persona y hables, no va a pasar nada, nadie se va a convertir. También tiene que ir y convencer al sujeto de que lo que vos le estás diciendo es verdad. Él tiene que hacer todo.

 

No podemos imaginar ni una circunstancia en la Iglesia donde el Espíritu Santo no sea el agente poderoso y amoroso que hace las cosas.

 

Sin embargo, Él no quiere que pongamos la atención sobre sí. El Espíritu Santo no quiere destacarse. Su tarea, su función, es revelar a Jesús. El Espíritu Santo no quiere que pongamos nuestros ojos en Él, sino en Jesús.  No hay ni un versículo en toda la Biblia que nos induzca a poner nuestros ojos en el Espíritu Santo. No obstante, hay libros dando vueltas por ahí, que están estableciendo paradigmas al respecto.

 

Ni siquiera en el Padre debemos poner los ojos. Al ver al Hijo, vemos al Padre. El Padre es igual al Hijo. Debemos mirar a Jesús. ¿Por qué invertir la orden de Dios? ¿Cuál es el sentido? ¿Cuál es la razón para hacer osadas aseveraciones que no están escritas en la Palabra de Dios? Hay muchos que hablan del Espíritu y de la Unción, pero nunca apuntan a Cristo. Son pobres al anunciar a Jesús. Yo me pregunto: ¿Para qué sirve esta unción?

 

  Una unción que no está a disposición de la gloria de Cristo Jesús, no es unción.

 

Esto es lo que yo veo en las Escrituras.

 

  Debemos convencernos: cuanto más nos definamos y decidamos a poner nuestros ojos en Cristo, más el Espíritu Santo va a operar en nuestras vidas.

 

Esto es así porque lo que más quiere el Espíritu Santo es llevarnos a amar a Cristo. Es su función principal. En el A.T. hay una analogía de lo que estamos hablando. En Gén. 24 relata que Abraham quiere una novia para Isaac. Abraham es aquí un tipo del Padre. Isaac es un tipo del Hijo. Rebeca es un tipo de la Iglesia. ¿Está cerrado el cuadro? No, falta el Espíritu Santo, que está representado por Eliezer, el siervo, el cual lleva tesoros para la familia de Rebeca, para conquistarla a ella y a los padres también. Lo hace para mostrar las riquezas de Isaac. Vemos aquí el servicio de Eliezer. Es una figura de la obra del Espíritu al servicio de la revelación de Jesús.

 

¡La Trinidad es maravillosa! Jesús se humilló y luego fue exaltado. El Espíritu Santo no se despojó, pero está obrando para exaltar a Cristo. Entre ellos no hay competencia. No hay disputas en el seno de la Trinidad. Cada uno cumple su función feliz, en plenitud, en gozo.

 

 

2º) Fórmulas que eliminan la dependencia del Espíritu.

 

Veamos primero lo que no estoy diciendo:

– no digo que Dios no dio a la Iglesia autoridad sobre las enfermedades, los espíritus malignos, etc.

– no estoy diciendo que no debemos, o que no podemos, ordenar a las enfermedades que salgan de las personas.

– no digo que la oración no deba ser revestida de fe y osadía.

 

Si no tienes fe y osadía para orar, ni ores, deja a otro que lo haga. Yo hago eso, no me siento obligado a tener fe todas las veces.

 

 Hay una gran diferencia entre hablar por fórmulas, y hablar inducido por el Espíritu Santo.

 

No debemos dar una orden sobre una enfermedad o una situación sin antes oír la voz del Espíritu diciéndonos: “Habla, porque yo voy a actuar”.

 

No importa si son muchas o pocas las veces que escuchamos esta “voz del Espíritu”, pero podemos tener la certeza de que cada vez que suceda, la orden que demos se va  a cumplir.

 

No vemos que Jesús haya dado órdenes y que las cosas no ocurrieran. Ni Pablo, ni  Pedro. Cuando ellos daban una orden, se cumplía. ¿Por qué sucedía? Porque para ellos la orden no era una fórmula a repetir todas las veces, en todas las oraciones.

 

Yo no concibo una oración dando una orden sobre una enfermedad, y que la persona no se sane. Sin embargo, en la gran mayoría de las ocasiones, se ordena sobre las enfermedades y no sucede nada.

 

Quizás pueda suceder alguna vez que nada pase, pero debería ser la excepción. Tal vez a Pedro le pasó alguna vez que dio una orden y no se produjo el milagro, pero no era lo común.

 

Nosotros transformamos en una fórmula el dar órdenes en las oraciones. Pero muchas veces no sucede nada, y no nos preocupamos por eso.

 

  Al actuar así, estamos banalizando la actuación poderosa del Espíritu Santo en medio de la Iglesia.

 

¿Por qué no podemos simplemente rogar, suplicar humildemente al Señor por las situaciones, dejando esa autoridad para aquellos momentos en que el Espíritu Santo dice con toda claridad que demos la orden, porque va a suceder lo que Él nos indica?

 

¿Por qué no hacemos así? Yo creo que es así como Jesús hacía. Entró en el estanque de Siloé, y sanó a uno. Estaba lleno de gente, pero sanó a uno solo ¿Por qué no oró por los otros? Jesús estaba siendo guiado por el Espíritu. Él esperaba oír su voz.

 

Yo no estoy hablando de tener más fe solamente, sino que quiero enfatizar que el Espíritu Santo tiene una forma de actuar, y nosotros debemos oír y sujetarnos a la forma de actuar que Él tiene. El Espíritu Santo nos quiere guiar.

 

 

3º) La manifestación del Espíritu Santo en las reuniones de los santos.

 

Cuando nos reunimos, ¿cómo se manifiesta el Espíritu?

 

Vamos a mirar primero lo que no estoy diciendo:

– que no debe haber predicaciones en nuestras reuniones.

– que no debe haber alabanzas.

– que la música no es importante en nuestra relación con Dios.

– que la alabanza no tiene un lugar importante en la vida de los discípulos.

 

Siento gratitud a Dios por la adoración que tenemos en la Casa de Dios, y por los amados que nos han dado tantos cánticos a través de estos años.

 

Quiero aclarar que no se debe interpretar con todo lo que voy a decir que nosotros no queremos saber nada con la alabanza y la adoración en las reuniones. No es así.

 

Vamos a la fuente. Lo que no proviene de la fuente, que es la Palabra de Dios, no lo debemos abrazar.

 

(1Cor 14.26)

“¿Qué hay entre vosotros hermanos cuando os reunís? Uno hace la apertura. Uno o dos dirigen la alabanza. Después uno predica. Alguien da los anuncios al terminar”.

¿Así está escrito en este pasaje? Por supuesto que no.

 

Yo quiero abrir mi corazón sabiendo que estoy en confianza con los hermanos. Tengo una gran carga por lo que estoy viendo. A veces voy a reuniones, reuniones grandes, y me siento un loco, porque no entiendo la dinámica que lleva la reunión, y me digo: “¿Cómo puede ser que la reunión sea así?”. Todo el mundo está feliz, contento con la reunión, y yo estoy triste por la reunión. Esto me sucede porque pienso en este texto de 1Corintios:

“¿Qué hay, pues, hermanos? Cuando os reunís, cada uno de vosotros tiene salmo, tiene doctrina, tiene lengua, tiene revelación, tiene interpretación. Hágase todo para edificación.” 

 

¿De qué habla el texto? Habla de diversidad de manifestaciones. De todo tipo de manifestaciones. De múltiples participantes. Uno, otro, otro, otro, otro, etc. El texto deja claro una viva y dinámica dirección del Espíritu Santo en la reunión de la Iglesia, el énfasis en la libertad de cualquier forma de liturgia.

 

Decimos que somos “carismáticos”, pero nos estructuramos de tal manera que terminamos limitando la libertad del Espíritu para dirigirnos en las reuniones. Yo entiendo que debe haber un orden, pero entiendo que también debe haber una apertura a la obra del Espíritu. Si no es así, esa búsqueda de orden se termina convirtiendo en una regla de cómo deben ser las reuniones.

 

Cuando estábamos bajo una denominación muy tradicional, la reunión era un “velorio”. Luego, entramos en una nueva dinámica. Era visible. Los cánticos ya no eran aburridos. Comenzó la efusividad, la espontaneidad, la alabanza, la alegría. Cantamos, saltamos, y ahora la predicación era de una hora, ya no de veinte minutos.

 

Así fue: parece que salimos de un “estado de infancia”, en el que la reunión era un velorio, entramos en una “bendita adolescencia”, pero creo que nunca llegamos a la madurez que Pablo propone en este pasaje. Yo pido perdón, pero quiero creer en lo que dice este pasaje. Lo veo tan claramente expresado que no puedo dejar de incomodarme.

 

La liturgia rígida está cada vez más establecida, y respaldada por apóstoles de renombre. Y yo no lo puedo aceptar. Voy a retiros de pastores, y me siento como un pez fuera del agua. A veces pienso que estoy loco. Veo a todo el mundo contento, y yo no me siento bien. Todos dicen que están viendo la Gloria de Dios en la reunión, y yo no la veo.

 

Si alguno de mis mayores me dice que estoy equivocado en lo que veo en cuanto a este pasaje, voy a tener paz y me voy a sujetar. Al preguntar a mis mayores, me han dicho que lo que estoy viendo tiene su raíz nada más y nada menos que en la Palabra de Dios, y que por lo tanto, no estoy equivocado en lo que pienso.

 

Me han dicho también que este pasaje está orientado a pequeños grupos y no a grandes grupos, como una congregación. Pero yo no pienso así, y es más: si hay una reunión en la que, por ser grande, no podemos aplicar esto, entonces no deberíamos tener tal reunión.

 

Yo creo que si hay orden y madurez, se puede realizar esta práctica. Es verdad que si la reunión es muy grande, de miles, se complica. Por eso debemos encontrar una dinámica de reunión correcta, como dividir la Iglesia en sectores por ejemplo, para facilitar la participación. Entonces, con sectores, con algunos cientos de personas, ya se puede poner en práctica 1Corintios 14:26.

 

     Lo que sucede es que hay que animarse a hacer los cambios necesarios para permitir las dinámicas correctas.

 

Muchos dirán:“Ya dijiste lo que no te gusta pero, ¿cuál es tu propuesta concretamente?”. Les voy a decir algunas cosas de nuestro testimonio en todo esto. Luchar contra este paradigma en nuestras reuniones, es luchar contra una corriente poderosísima. Es una costumbre que impera en todo lugar. Este tipo de liturgia está presente en toda la Tierra. Por eso son muy difíciles los cambios.

 

Alguno me ha criticado, diciendo que yo solo creo en un único tipo de reunión. Y me siento mal juzgado por esta afirmación, porque es justamente lo contrario. Porque  contra lo que me estoy revelando es justamente que a todo lugar que he ido durante 30 años, lo único que he visto es un solo tipo de reunión. No entiendo por qué me dicen a mí que creo en un solo tipo de reunión, cuando son ellos los que creen esto.

 

Vamos a la propuesta:

Yo propongo las Escrituras. Propongo que ante todo se enseñe insistentemente la importancia de la profecía en la Iglesia.

 

Antes de entrar en lo que dice 1Cor 14:26, Pablo habló mucho acerca de la profecía. Pablo deja bien en claro que la profecía es el principal de los dones, y pedía “sobre todo que profeticéis.” Las profecías deben tener el lugar número uno en nuestras reuniones, por causa de lo que está escrito en 1Cor 14:1.

Sin embargo, menos del uno por ciento de los hermanos profetiza en las reuniones.

 

    Una reunión llena de profecía es una reunión rica, y una reunión sin profecía es una reunión pobre.

 

¿Por qué profecía? Sencillo: “el que profetiza habla a los hombres para edificación, exhortación y consolación.”. ¿Cuál es el nombre del Espíritu Santo? El Consolador. Debemos entender que cada uno de nosotros necesita permanentemente de consuelo, y lo que va a traer ese consuelo es la profecía.

 

La profecía es mucho más importante que una sanidad. Si alguien se sana en una reunión, todos están maravillados. Pero cuando alguien profetiza, a veces no damos valor a esas palabras. Cuando alguien es sanado, es curado en un cuerpo que luego va a morir, y que solo va a servir para abonar la tierra. En cambio, la profecía edifica a Cristo para la eternidad en la vida de los oyentes. Yo propongo que se dé el valor que merece  la profecía, tal cual Pablo le da.

 

Que se enseñe a los hermanos la sencillez de la profecía. No hay nada más simple que profetizar. El Espíritu Santo aquí, allí, allá, va poniendo impresiones en los corazones de los hermanos.

 

    El problema es que los hermanos no están siendo enseñados a exponer con libertad y sencillez esas impresiones que el Espíritu imparte.

 

La participación de los hermanos  es lo que la palabra de Dios enseña. La participación de todos, el sacerdocio de todos los santos es la voluntad de Dios. Debemos procurar esto: aún si la reunión es grande, debemos intentar que suceda. Debemos luchar para que la reunión se amolde al patrón bíblico. Ahora, requiere visión y convicción.

 

Yo propongo hermanos, que el silencio no nos incomode. Les cuento un testimonio hermoso: Estuve en una reunión donde había 1.500 hermanos reunidos, todos orando con reverencia. En un momento se levanta un hermano, da una palabra y luego se sienta. La Iglesia permanece toda en silencio, meditando esta palabra. ¿Qué les parece? ¡Hermoso! Sin embargo, para nosotros silencio es sinónimo de “falta de Espíritu Santo”. Cuando hay un espacio de silencio en una reunión, alguien enseguida mete alguna cosa, nos desesperamos y comenzamos a decir:“toma el micrófono, toca esa guitarra, ¡haz algo!”. Nos incomodan los espacios vacíos.

 

                    Yo propongo hermanos, que el silencio no nos incomode.

 

Que en nuestro corazón nos humillemos. Llegar un día a la congregación y dar libertad para que no haya estructura (primero esto, segundo aquello, tercero lo otro, etc.).

 

Propongo que los músicos, cuando deban tocar una canción, al terminar, paren y dejen entrar al silencio, dando lugar a la meditación y a la participación. Que los músicos dejen en manos del Espíritu Santo la reunión de la congregación. Yo estoy hablando de una reunión donde hay gente madura, como lo es generalmente.

 

Por nuestros paradigmas, por nuestra liturgia, el máximo grado de participación que logramos es cuando los músicos siguen tocando y todos balbucean una oración. Pero nadie levanta la voz en oración, nadie tiene una profecía, ninguno propone una canción.

Ese tipo de reunión es un paradigma, y está instalada como si viniera de parte de Dios. Pero yo no creo que sea la voluntad de Dios.

Si queremos entrar en aquello que Dios nos propone, debemos revisar y asegurarnos de lo que estamos haciendo.

 

Años atrás, cuando quisimos procurar esta libertad, hubo reuniones en que no pasó nada. Las reuniones eran un desastre, y cuando volvía en el auto a mi casa yo estaba triste. Pero el Espíritu me dijo: “¿Por qué vos estás triste si yo estoy feliz? Yo decía: “¿Feliz con esta reunión?”. Dios me dijo: “Sí, estoy feliz con esta reunión porque yo estoy contento con el corazón de Uds. Estoy feliz con el deseo de obediencia de Uds.”

 

En un retiro de pascua, éramos 1.800 personas. Llamamos a un hermano de Argentina para que nos comparta. Durante la reunión este hermano estaba sorprendido y nos decía: “En 30 años que llevo de convertido, nunca vi una reunión así”. Poco a poco fuimos aprendiendo a no fabricar nuestras reuniones.

 

Una vez fui invitado a estar con los hermanos de San Pablo. La primera reunión fue pura música, canciones y canciones, fue un barullo. Luego di la palabra y les hablé largamente acerca de la profecía. Hablamos del impacto de cuando hablamos o leemos lo que Dios nos pone en el corazón, y la diferencia que se produce cuando lo hacemos simplemente como una formalidad. Hay un impacto que la profecía causa. Hay una fe que se manifiesta en ese momento.

 

Después de instruir a los hermanos, a la noche, en la siguiente reunión dijeron:“Ahora vamos a practicar”. Entonces les pedimos a los músicos que se coloquen en un costado, y les dijimos que si alguien cantaba una canción ellos acompañaran, pero que no tomaran el frente en la reunión. La reunión fue muy mala. Fue un desaliento total. Yo me quedé sentado mirando para abajo sin hacer nada. Para ser sinceros, el retiro entero fue un desastre.

 

Al terminar, un hermano muy hermoso se acercó y me dijo: “Muchas gracias hermano por esto, porque pudimos ver cuál era nuestra verdadera realidad. Ahora sabemos cuál es la realidad de nuestra Iglesia. Los hermanos no tienen nada para decir. El Espíritu Santo no está actuando en los hermanos. Si ponemos música y les pedimos que levanten las manos y canten, lo hacen; y nos jactamos de las grandes cosas que está haciendo el Espíritu entre nosotros. Pero ahora entiendo que no es verdad”.

 

Amados, yo creo que hay mucho para aprender con relación a esto. Lo que más frustra  mi corazón es el sentimiento de estar solo en esto.

 

  Debemos luchar contra nuestros propios paradigmas y nuestras propias comodidades. Porque es así, es mucho más fácil que alguien agarre la guitarra, empiece a tocar y listo. Alabar así es fácil, oír la voz del Espíritu Santo es otra historia.

Debemos luchar porque a veces conseguimos algo, pero con el tiempo tiende a caerse, y los paradigmas vuelven a levantarse. Debemos estar atentos.

 

Yo creo que si damos lugar a Dios, y buscamos sujetarnos a Él, vamos a ir aprendiendo  cómo hacerlo.

 

Repito: No estoy diciendo que no debe haber predicaciones en las reuniones, que no debe haber alabanza, o que la música no es importante.

 

Lo que más me anima es la certeza de que, tanto las reuniones más pobres como las más efusivas, serán procurando agradar al Señor y dar el primer lugar al Espíritu Santo.

 

Yo propongo una liturgia: La liturgia del Espíritu Santo. La liturgia de esperar al Espíritu Santo. Propongo un corazón que diga: “No sé cómo tiene que ser la reunión. Por favor ayúdanos, Espíritu Santo”.