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VERDADEROS DISCÍPULOS, Giovanni Traettino.

09/05/2014

VERDADEROS DISCÍPULOS, Giovanni Traettino.

Vamos a considerar uno de los pasajes más famosos de la Biblia, Mateo 28.18-20. Estamos hablando del discipulado, esta mañana hemos tratado acerca del Gran Discípulo. Hemos descubierto que el Gran Maestro era en realidad el Gran Discípulo. Y que el testimonio más importante que nos ha dejado es el de haber sido el Gran Discípulo.

Entonces leamos acerca del plan del discipulado por excelencia:

Y Jesús se acercó y les habló diciendo: Toda potestad me es dada en el cielo y en la tierra. Por tanto, id, y haced discípulos a todas las naciones, bautizándolos en el nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo; enseñándoles que guarden todas las cosas que os he mandado; y he aquí yo estoy con vosotros todos los días, hasta el fin del mundo. Amén.

 

Hemos hablado de Jesús como discípulo, y la pregunta que voy a hacer en esta tarde es:

 

 

¿CÓMO LLEGAR A SER VERDADEROS DISCÍPULOS?

 

La primera condición antes de hacer discípulos es ser discípulos.

 

Resulta importante notar, después de la enseñanza de esta mañana, la unidad y coherencia que existe entre la vida y las enseñanzas de Jesús. Jesús fue discípulo y por lo tanto él hizo discípulos. No nos pide que seamos lo que él mismo no fue. Es muy importante que primero seamos discípulos, para luego hacer discípulos.

 

Un principio importante, Jesús como discípulo nos dice: Hagan discípulos.

 

Sumergidos en Cristo

 

¿Cómo llegamos a ser discípulos? La Escritura dice: Id y haced discípulos, bautizándolos en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo. Bautizar significa sumergir. O sea, haced discípulos sumergiéndolos. Sabemos que esa inmersión es en agua, pero Pablo nos explica que ese sumergirnos, en realidad es en Jesús. Es decir, hacemos discípulos sumergiéndolos en Jesús. Esto es importante, uno no se puede convertir en discípulo si no se sumerge en Jesús. Es importante que nos demos cuenta de estas cosas: todo el lenguaje del bautismo como pacto, como obediencia, solo recoge la superficie de lo que sucede en el bautismo. En el bautismo, en realidad, somos sumergidos en Cristo. Nos metemos en una relación con la vida de Cristo. Sin esta relación con la vida de Cristo no podemos ser discípulos.

 

Lo que sucede en el bautismo es una conexión real con Cristo, con la vida de Cristo para tener la vida de Cristo, para unirnos a la fuente de la vida, de donde surge la vida. Así que, de la virtud de Cristo como discípulo tomamos nosotros la capacidad de ser discípulos. Vida de su vida. Si no recibimos vida, no podemos dar vida.

 

Así que, ¿cómo nos convertimos en discípulos de Cristo?, con una inmersión en la vida de Cristo. De modo que el bautismo es un evento, pero debe constituir una realidad continua en la vida del creyente, debemos tener una vida bautismal. Por decirlo de alguna manera, un bautismo continuo. No hemos sido sumergidos en Cristo para luego salir de Cristo. Hemos sido sumergidos en Cristo para caminar, morar, permanecer en Cristo. El bautismo es este evento, celebra esta inmersión, realiza nuestra relación con Cristo, porque sin Cristo no hay vida nueva, solo de Cristo recibimos vida.

 

Esta es una primera manera en la que nos convertimos en discípulos, siendo sumergidos en Cristo. En Hechos de los apóstoles dice que debemos ser bautizados en el nombre de Jesús, eso es lo que acabamos de considerar.

 

Sumergidos en la Trinidad

 

Sin embargo, Mateo utiliza otra forma, la forma trinitaria: “Bautizándolos en el nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo”. O sea que en el bautismo somos inmersos en la vida de Cristo, pero también somos sumergidos en la vida de la Trinidad. En la vida de Cristo, y en la vida de la Trinidad. En la vida de Cristo, que tiene que ver con la formación de un hombre nuevo. Y en la vida de la Trinidad, que tiene que ver con la participación de la vida de la Trinidad. De la vida interna de la Trinidad. En participar de la vida de relación que hay entre el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo. Esto  introduce en nuestra vida la energía y la fuerza para la vida comunitaria.

 

 

 

 

O sea que:

  • Somos sumergidos en Cristo, en vistas de ser una persona nueva.
  • Y somos sumergidos en la Trinidad, a fin de constituirnos en una nueva comunidad.

 

Para convertirnos en discípulos debemos estar arraigados en Cristo y en la Trinidad. Tener una vida en Cristo y tener una vida trinitaria dentro de nosotros. A simple vista son conceptos un poco complicados, pero no lo son, son muy simples.

 

La koinonia es un aspecto central de la vida del discípulo. El proyecto de Dios no fue crear un nuevo hombre solitario, sino crear un hombre nuevo en una comunidad nueva. Y este proyecto ya estaba en Dios desde antes de la fundación del mundo, y de hecho se encuentra en la propia naturaleza de Dios. Efesios dice que se lo propuso en sí mismo desde antes de la fundación del mundo. Ya estaba escrito, ya estaba delineado, y procede de la naturaleza de Dios. Este misterio es grande, es parte de nuestra vida, está aquí, adentro de nosotros.

 

De modo que llegamos a ser discípulos a través del bautismo, a través de sumergirnos en Cristo, y a través de sumergirnos en la Trinidad.

 

¿Qué sucede en el bautismo?

 

Veamos lo que dice Pablo en Romanos 6:

 

Romanos 6.3, “¿O no sabéis que todos los que hemos sido bautizados en Cristo Jesús, hemos sido bautizados en su muerte?”. Bautizado, en el lenguaje moderno significa sumergido, así que el aspecto exterior es la inmersión en agua, pero el aspecto interior, el verdadero, es el ser sumergido en Cristo. Es así, todos hemos sido inmersos en Cristo. Es preciso visualizar esta imagen, cada uno de nosotros está sumergido en Cristo, esta es nuestra posición real, no simbólica, no imaginaria. O sea que no es solo un rito, es una realidad. Este es el lenguaje de la Biblia, y debemos atenernos al lenguaje de la Biblia.

 

Por lo tanto tiene que ver con sumergirlos en Cristo, bautizándolos en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo, enseñándoles (que quiere decir explicándoles lo que sucede), o sea la nueva realidad espiritual en la que son sumergidos. Lo importante es vivir la realidad espiritual de aquello en lo que hemos entrado.

 

También el texto dice: “enseñándoles que guarden todas las cosas que yo les he mandado”. Es decir que Jesús dice que enseñemos la vida que hemos visto expresarse en él. Señalamos que sin tener la vida de Cristo no es posible la imitación de Cristo. Sin estar inmersos en él no es posible la imitación de Cristo. Sin la comunión con Cristo, es imposible la obediencia a la ley y los mandamientos. De modo que es radical la necesidad de una relación con Cristo, y esto es lo que nos habilita al discipulado, a la posibilidad de ser discípulos. Además esta realidad nos libera de todo legalismo y de todo sentimiento de impotencia. Revela nuestra fragilidad, pero nos remite a Cristo, a los recursos de su gracia en el hombre interior. Efesios 3.16 señala: “el ser fortalecidos con poder en el hombre interior por su Espíritu”. Por lo tanto ustedes pueden ver que el habitar, el morar en Cristo es el punto de partida. Cualquier otro comienzo no lleva a ningún lado. Habitar en Cristo y habitar en la Trinidad es la base de nuestra iniciación.

 

 

¿CÓMO SEGUIR SIENDO DISCÍPULOS?

 

Manteniéndonos vulnerables

 

En Hechos 2.37 dice:

 Al oír esto, se compungieron de corazón, y dijeron a Pedro y a los otros apóstoles: Varones hermanos, ¿qué haremos?

 

Después de haber escuchado la Palabra, fueron heridos en el corazón. Fueron traspasados. El kerigma anunciado, la palabra proclamada,  produce una herida poderosa. Una herida que vuelve a la persona vulnerable porque expone su pecado y evidencia su propia maldad. La propia situación grave, extrema, ante la manifestación de Dios hace evidente la propia necesidad de salvación. En este caso los hizo vulnerables, y por tanto, abiertos a recibir aquello que el Señor tenía. Se dieron cuenta de la verdadera necesidad que tenían del Otro, ese otro con mayúscula. Que la salvación no estaba en ellos, sino en el Otro. “¿Qué debemos hacer?”, gritaron. Y el apóstol Pedro pudo anunciarles la salvación.

 

Ese momento de debilidad, de vulnerabilidad, es el momento de la revelación de la gracia. La revelación de la gracia es fundamental para la vida y el camino del discípulo. Estamos fundados en Cristo y fundados en la revelación de la gracia, porque es aquí que nosotros recibimos la revelación de nuestra naturaleza malvada y de nuestra condición desesperada. Se produce la revelación de lo indispensable de la obra de Jesucristo y que no podemos salvarnos por nosotros mismos, sino que necesitamos de Otro para salvarnos. Es aquí que llega la comprensión, el darnos cuenta, la revelación de la gracia como actitud de apertura, de acogida del perdón y del amor incondicional de Dios que nos habilita a desarrollar el mismo tipo de actitudes hacia los demás. La gracia recibida nos habilita para el ejercicio de la gracia. Sin una fuerte experiencia de la gracia, no tenemos la capacidad de ejercitar la gracia. Somos muy buenos para ejercer gracia con nosotros mismos, pero no lo somos tanto para ejercer gracia con nuestro marido, con nuestra mujer, con nuestros hijos, con otros.

 

 

Manteniéndonos enseñables

 

Este momento de vulnerabilidad es un momento extraordinariamente importante en la vida del discípulo porque es el momento en el que se fija una actitud fundamental: la actitud de dejarse enseñar. Es el deseo de aprender porque reconozco mi limitación, mi insuficiencia, mi fragilidad, mi parcialidad; y me abro a la intervención del Otro, con la “o” mayúscula, pero luego me dispongo a la intervención del otro, con la “o” minúscula”. Mi apertura a Dios me sella con la capacidad y el conocimiento de que soy necesitado. Necesito de Dios y necesito de los demás. A partir de ese momento me convierto en un alumno, en un discípulo, en alguien que quiere aprender no solo de Dios, sino de todos. Del grande y del pequeño. Del inteligente y del ignorante. Del pobre y del rico. Entonces sí soy un discípulo.

 

Si conservo esta actitud de dejarme enseñar, ese oído de discípulo (Isaías 55), mi oído va a estar atento cuando hable el niño, cuando hable mi discípulo, cuando hable mi esposa, cuando hable mi enemigo, cuando hable la persona a la que menos atendería. Porque el ministerio de Dios puede operar a través de todas las personas y de todas las circunstancias. Y si yo tengo esta actitud, yo estoy en el camino de ser discípulo. Este es el fundamento del dejarse enseñar.

 

¿Y quién es el otro? El otro es Dios, el otro es Cristo, el otro es el Espíritu. El otro es el apóstol, el enviado de Dios, el maestro, el pastor, el obrero, el hermano, la hermana. El otro es mi padre, mi hermano, mi prójimo. Yo estoy escuchando. Mi posición existencial es la de uno que escucha. Uno que escucha con un espíritu que se deja enseñar.

 

Si nuestra actitud es correcta somos rápidos para atender a aquello que escuchamos, entonces el proceso de transformación se inicia y avanza. De esta manera permanecemos siendo discípulos.

 

Pero, ¿cuál es el peligro? Que uno diga: “Yo hice la escuela dominical, yo he hecho el curso del discipulado, ya fui a la escuela bíblica, he pasado por la facultad de teología, soy pastor, soy apóstol, ¿qué otra cosa se puede aprender?”. Si se suelta este mecanismo, dejo de ser discípulo, se interrumpe mi discipulado. No soy más enseñable, los hermanos no me pueden hacer un aporte. Este es un síntoma muy difundido entre los cristianos, y por lo tanto entre los pastores.

 

Sólo tenemos el problema en la mente, porque muchas veces con el corazón somos rápidos. El tema es la mente, porque tenemos paradigmas, estructuras mentales, ideas, convicciones, tradiciones que pensamos que son santos, que no los tenemos que tocar. Y entonces surge el problema de la transformación de la mente, que necesita un trabajo paciente y largo. Y precisa de un aporte posterior, el aporte de la Palabra, el aporte del Espíritu Santo, y de otro aporte más, el aporte de padres y madres espirituales que apliquen la Palabra a nuestra vida. A nuestro sistema mental, a nuestros prejuicios, a nuestras convicciones, de los que ni siquiera somos conscientes, porque nosotros solo vemos lo que tenemos delante de nosotros, no vemos lo que queda detrás. De modo que necesitamos que alguien nos mire de atrás, que aplique la Palabra, que aplique la vida del Espíritu, que nos ayude a discernir qué cosas vienen del Espíritu y que cosas no vienen del Espíritu, y que nos aporte una guía práctica y concreta para la transformación de nuestra vida.

 

Para mí ha sido importante la relación con mi padre natural. Cuando era un muchachito, no tenía una idea muy clara acerca de lo significativo que sería eso. Cuando más viejo me hago, más descubro lo importante que fueron mi padre y mi madre en lo natural. No eran creyentes muy avanzados en lo espiritual. Por otro lado, ¡qué importantes fueron nuestros maestros en la escuela! Cuando iba a la escuela primaria tenía una relación especial con la maestra. Nunca la olvidé, y ella tampoco me olvidó a mí. Eso en el ámbito natural. En lo espiritual, yo estoy agradecido a Dios por mi formación en la Iglesia Católica, porque si no me dio mucho, me otorgó dos cosas: El temor de Dios, y el deseo de santidad. Estas dos cosas son una realidad que proviene desde allí.

 

La ayuda presente que no voy a olvidar es la de mi padre espiritual, el aporte que me ha hecho. Me ha enseñado a andar por el camino interior. Y después de la conversión (ciertamente la Palabra y el Espíritu) fue mi pastor, mi padre espiritual el que me ha acompañado en los primeros años del camino cristiano. Era un santo hombre, y su vida ha dejado una impronta sobre mi vida. Mi esposa me dice con frecuencia en estos años: “¡Sos como tu pastor!”. Es la impronta que deja, la marca que hace.

 

Teniendo un discipulado personal

 

Esto nos introduce a otro concepto, la importancia de un discipulado personal. La importancia de asegurarnos que hay alguien con el que nos podemos abrir, con el que podemos andar. Y no abrir solo una parte del corazón, sino todo el corazón. Si queremos recibir una verdadera ayuda no debemos tener cosas escondidas en nuestro corazón, áreas, cuevas, zonas de sombras. Debemos abrir nuestra vida con confianza. Es claro que debemos elegir la persona adecuada. Una persona que haya estado bajo la cruz, así decía el pastor luterano Bonhoeffer, que destacaba la importancia de la confesión, pero con hombres que han estado bajo la cruz, que han tenido una experiencia de la gracia, que saben que son lo que son por la gracia de Dios. Hombres que no se confían en sí mismos, sino que confían en Dios. Hombres de gracia, no legalistas, no jueces severos. Hombres de gracia, de misericordia, de ternura. Necesitamos este tipo de hombres de los que tengamos hambre y sed. Claramente son padres y madres espirituales. Necesitamos este tipo de personas en nuestra vida, no solo estar en la comunidad. Porque hay un ministerio hacia la comunidad, pero hay un ministerio hacia la persona. Es necesario un ministerio a la persona si queremos ser transformados en el espíritu de nuestra mente, y no solo en nuestra mente. Ser transformados en el espíritu de nuestra mente es otra cosa. Tiene que ver con las actitudes de nuestra mente, en la sensibilidad de nuestra mente, porque el corazón y la mente deben latir al unísono con el Espíritu, y entonces sí tendremos la mente de Cristo.

 

Este es el recorrido del discipulado. Esta es la propuesta que yo le hago a esta audiencia que hoy tengo delante, porque ustedes son pastores y obreros, así que tienen responsabilidad. Responsabilidad de almas, responsabilidad de vidas, que son las cosas más preciosas que hay debajo del cielo. Es muy importante que nosotros que estamos guiando a una comunidad, recorramos el camino del verdadero discípulo  para poder discipular a los demás. Sean discípulos para poder hacer discípulos.

ENCUENTRO PARA PASTORES Y OBREROS                                                     Buenos Aires, Sábado 29 de marzo de 2014