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EL GRAN DISCÍPULO, GIOVANNI TRAETTINO.

08/05/2014

EL GRAN DISCÍPULO, GIOVANNI TRAETTINO.

TraettinoDado que es un encuentro para pastores y obreros, pensé compartir con ustedes una palabra que llegó a mi vida con una revelación extraordinaria que ha cambiado mi manera de percibirme a mí mismo y de relacionarme con los demás.

ENCUENTRO PARA PASTORES Y OBREROS

Buenos Aires, sábado 29 de marzo de 2014

Mensaje de GIOVANNI TRAETTINO

 EL GRAN DISCÍPULO

Dado que es un encuentro para pastores y obreros, pensé compartir con ustedes una palabra que llegó a mi vida con una revelación extraordinaria que ha cambiado mi manera de percibirme a mí mismo y de relacionarme con los demás.

El tema que abordaremos es El Gran Discípulo. Leamos como introducción Filipenses 2.1-11.

Por tanto, si hay alguna consolación en Cristo, si algún consuelo de amor, si alguna comunión del Espíritu, si algún afecto entrañable, si alguna misericordia, completad mi gozo, sintiendo lo mismo, teniendo el mismo amor, unánimes, sintiendo una misma cosa. Nada hagáis por contienda o por vanagloria; antes bien con humildad, estimando cada uno a los demás como superiores a él mismo; no mirando cada uno por lo suyo propio, sino cada cual también por lo de los otros. Haya, pues, en vosotros este sentir que hubo también en Cristo Jesús, el cual, siendo en forma de Dios, no estimó el ser igual a Dios como cosa a que aferrarse, sino que se despojó a sí mismo, tomando forma de siervo, hecho semejante a los hombres; y estando en la condición de hombre, se humilló a sí mismo, haciéndose obediente hasta la muerte, y muerte de cruz.

Por lo cual Dios también le exaltó hasta lo sumo, y le dio un nombre que es sobre todo nombre, para que en el nombre de Jesús se doble toda rodilla de los que están en los cielos, y en la tierra, y debajo de la tierra; y toda lengua confiese que Jesucristo es el Señor, para gloria de Dios Padre.

 

En el Nuevo Testamento, los términos Maestro, Didaskalos, Didaskein, Didaké, Rabí, han sido muchas veces aplicados a Jesús y a sus enseñanzas. Jesús emerge en los evangelios como el Maestro por excelencia. Esta es la forma en la que nosotros como cristianos estamos llamados a reconocer a Jesús.

En tanto que Jesús manifiesta un ministerio semejante al de los rabinos de la cultura hebrea, en otros versículos encontramos que su ministerio es muy diferente al de ellos.

Por ejemplo, Jesús pasa toda la noche en vela orando antes de elegir a sus discípulos, mientras que los otros rabinos son elegidos por los discípulos, no es el rabino el que elige a sus seguidores. Jesús habla con una autoridad muy diferente a la de los demás rabinos. Marcos dice que él ministraba como alguien que tenía autoridad y no como los otros rabinos. Jesús toma su enseñanza de otra fuente de la que tomaban los rabinos. De una surgente que es mucho más alta y profunda, que es la del Padre. En Juan 8.28 dice: “según me enseñó el Padre, así hablo”. Entonces vemos que su maestro interior es el Espíritu Santo. De modo que tenía al Padre, y al Espíritu Santo.

Sin embargo, la lectura del Nuevo Testamento nos da una llave, una perspectiva diferente que debería ser incorporada a esta comprensión. Tanto Pablo, al que acabamos de leer en Filipenses 2; como Juan, que en el capítulo 1.14 del evangelio, señala: “aquel Verbo fue hecho carne”; y el mismo Jesús, en Mateo 11.29, dice: “Aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón”, dejan traslucir un rostro distinto de la persona de Jesús.  Él dijo: “el que me ha visto a mí, ha visto al Padre”. Y es el rostro de un Dios humilde, de un Dios siervo, de un Dios manso. De un Dios que se hizo débil más que de un Dios poderoso. Esta es la imagen. Esto me ha hecho reflexionar, considerando este rostro de Dios manifestado en Cristo, que más que vivir como un maestro, aunque lo era, ha vivido como discípulo. En vez de vivir como el Gran Maestro ha vivido como el Gran Discípulo. De hecho, ha recorrido todas las dimensiones existenciales de su vida como discípulo y como hijo. En definitiva el ser maestro, derivó del haber vivido su vida como discípulo. El ser discípulo es la continuación de su relación filial con el Padre. Por lo tanto, viene como hijo, se relaciona como hijo, y a partir de esta relación surgen las actitudes que él asume, que son las de un discípulo.

Veamos en qué modo esto se manifiesta. Lo que quiero sugerir es que el discipulado cristiano tiene su modelo fundamental en la relación del Padre y el Hijo. En la decisión del Hijo de encarnarse, y en la elección de vida y de muerte que hace el Hijo. En las actitudes, en las palabras y en las acciones del Hijo; en una palabra, en toda la vida del Hijo. En este sentido es que él se convierte en Maestro, porque ha encarnado en su vida las actitudes, la sensibilidad, el modo de vida de un discípulo.

 

Veamos qué podemos aprender de Jesús.

Lo primero que podemos aprender de Jesús es:

  • El secreto de la inhabitación de uno en el otro. “El que permanece en mí y yo en él, éste lleva mucho fruto” (Juan 15.5). Es el hecho de habitar, pero también el modo en que Cristo se relacionó con el Padre, o sea en una profunda intimidad, en una profunda continuidad; en un fluir de la relación entre él y el Padre. Y esta relación es una relación vivida como hijo y como discípulo. Porque Jesús aprende del Padre, es guiado, es dirigido, y no hace nada sin su guía y dirección.

Está escrito en Juan: “el Padre y yo somos uno” y en Juan 14.10 dice: “Yo soy (o estoy) en el Padre, y el Padre en mí”. Se da una profunda inhabitación recíproca, el uno metido dentro del otro. El Padre en el Hijo y el Hijo en el Padre. Hay una profunda interconexión entre el Padre y el Hijo. Todos sabemos Juan 17, “que todos sean uno”, “que los discípulos sean uno” que los discípulos vivan como “tú, oh Padre, estás en mí y yo en ti, que también ellos estén en nosotros”. Es decir que desea que nos relacionemos a esta fuerte con la misma actitud de Cristo.

Juan 17.22 dice: “la gloria que me diste, yo les he dado, para que sean uno”. El Padre le ha dado su gloria al Hijo, y el Hijo ha sido llamado a entregarle la gloria al Padre. La gloria que el Padre le ha dado al Hijo es lo que permite la relación íntima entre Padre e Hijo. Y la gloria que el Hijo les ha dado a sus discípulos es lo que permitirá la relación íntima entre el Hijo y los discípulos. En el mismo corazón de la gloria está la humildad, de la que hemos leído en Filipenses 2. Esa gloria tiene que ver no solo con una manifestación de Dios en Cristo, sino con la misma naturaleza de Dios. Porque cuando se manifiesta dentro del escenario del mundo, Jesús no hace teatro, sino que manifiesta el rostro del Padre. “El que me ha visto a mí, ha visto al Padre” (Juan 14.9). Así que no hay diferencia ni distancia entre el Padre y el Hijo, de modo que la gloria del Padre fuera de un tipo y la gloria del Hijo de otro. La gloria del Padre es la que hemos visto en el Hijo. Y esta gloria es la que permite esta continuidad, este discipulado. Por lo tanto, esta profunda intimidad es posible porque hacemos un vacío dentro de nosotros. Dios se siente invitado por ese vacío que creamos, que es la humildad, que es el morir a nosotros mismos, que es la gloria.

¿Y cómo lo hacemos? Aferrándonos y tomando la gloria de Cristo.

 

 

  • Otra cosa que podemos aprender de Jesús es el secreto del amor. Es la forma que él toma del Padre, y eso le permite amar a los hermanos. Así que hoy podemos aprender de él porque “el amor de Dios ha sido derramado en nuestros corazones por el Espíritu Santo” (Romanos 5.5). Es posible aprender de este amor para amar a nuestros hermanos. Tenemos dentro de nosotros el recurso de este amor, así como Cristo lo tenía adentro, y podemos tomar de allí, del amor del Padre derramado en nuestros corazones.
  • El secreto de la humildad. La obediencia es hija de la humildad.

Jesús aprendió la obediencia por lo que padeció. Así que Cristo tuvo que aprender la obediencia, estuvo en un proceso de aprendizaje en el que ha debido ejercitar la humildad para aprender obediencia. Un proceso que significó sufrimiento. Así que Cristo debió sufrir para ejercitar la obediencia y tuvo que ejercitar la humildad.

 

Otra cosa que podemos aprender de Cristo, siempre en la línea de la humildad es que él hace las obras que ve hacer al Padre. No hace sus propias obras, hace las obras de él. “Mi Padre hasta ahora trabaja, y yo trabajo”, (Juan 5. 17). Juan 14.31 dice: “Amo al Padre, y como el Padre me mandó, así hago”. Así que Jesús hace las obras que el Padre le pide que haga. Su discípulo es aquel a quien el Padre le entrega. Él no discipula a todos, sino a los que el Padre le da. “Los que el Padre me ha dado vienen a mí”. En Juan 6.44 dice: “Nadie puede venir a mí, si el Padre que me envió no le trajere”.

 

Así que hemos aprendido el secreto de la inhabitación, el secreto del amor, el secreto de la humildad, y ahora vamos a finalizar con:

 

  • El secreto de donar la propia vida. Juan 10.17-18 señala: “Yo pongo mi vida, para volverla a tomar. Nadie me la quita, sino que yo de mí mismo la pongo. Tengo poder para ponerla, y tengo poder para volverla a tomar”. Con esa actitud él permite que el Padre lo done. “Porque de tal manera amó Dios al mundo, que ha dado a su Hijo unigénito”, (Juan 3.16). Así que Jesús primero ha sido dado, pero después se hizo don. En Hebreos 10.5, 7 Jesús le habla al Padre y le dice: “Sacrificio y ofrenda no quisiste; mas me preparaste cuerpo… He aquí que vengo, oh Dios, para hacer tu voluntad”. Y después dice: “Yo pongo mi vida”. Así que Jesús está totalmente disponible en las manos del Padre para que él lo dé y lo envíe. Jesús se presenta a sí mismo como disponible para ser entregado. De modo que aparece como el gran discípulo en su nacimiento, y en su encarnación. En su relación con sus padres terrenales, con José hasta los treinta años, en su relación con el Padre y el Espíritu Santo durante su ministerio, en el transcurso de su vida pública, con su oído atento para escuchar al Padre en la vida secreta de noche, se apartaba para estar con él, para oír, para recibir, para ser enseñado por el Padre. Finalmente, en la última fase de la Semana Santa, en el Getsemaní, exclama: “Padre, si quieres, pasa de mí esta copa; pero que no se haga mi voluntad sino la tuya”, (Lucas 22.42). Así que aunque hay un conflicto natural de su carne que se rebela, él se muestra como discípulo. No importa si debo partir o cuánto debo sufrir, sino que sea hecha tu voluntad. En el jardín, con Judas y con los discípulos, él les dice: “Vuelve tu espada a su lugar”. En esa situación también se muestra como un discípulo. “¿Acaso piensas que no puedo ahora orar a mi Padre, y que él no me daría más de doce legiones de ángeles?”, (Mateo 26.52), pero estoy aquí para hacer la voluntad del Padre. De nuevo discípulo, de nuevo humilde, de nuevo manso como cordero que va al matadero, dice la Escritura. Y más tarde va a ser así con Pedro. Delante de Pilato, delante del sumo sacerdote; de nuevo discípulo, de nuevo cordero, hasta la cruz.Él no va a la cruz como maestro sino como discípulo. Sube a la cruz porque ésta es la voluntad del Padre. Pasa todo el tormento de la muerte de cruz como discípulo hasta la angustia extrema: “Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has desamparado?”, (Mateo 27.46). En el corazón de la noche del alma por la que pasan todos los discípulos, y en la que hemos gritado: ¡Dios mío, por qué me has abandonado!, es allí en donde Jesús va delante de nosotros, y hasta el último momento el sello de su vida es el del discípulo. De la encarnación a la cruz, toda su vida se nos presenta bajo el sello del discipulado. Así que finalmente su vida entera nos es donada con el sello del discipulado.

 

De modo que él se nos ofrece como el Gran Discípulo. De este modo se entiende por qué el último testamento moral que le hace a la iglesia es: “Id, y haced discípulos”, (Mateo 28.19). Vayan y hagan mis discípulos. O sea que nos da su vida como modelo, su estilo de vida es el modelo para nosotros.

 

Nosotros, como pastores y obreros, podemos ser presa de un paradigma: nosotros somos los maestros y los otros son los discípulos. Se da de un modo inconsciente, pero nuestras peores actitudes nacen en nosotros de una manera inadvertida, de una manera que no percibimos, así que tenemos que vigilar estas cosas. Si no rendimos cuentas de nuestro ministerio, tenemos la tendencia a adoptar este modelo, a pensar de este modo. Así que hemos llegado a esta revelación, permítanme llamarla así: El Señor me ha mostrado que el sentido de mi vida, del principio hasta el final, no es ser maestro, sino ser discípulo y adoptar el estilo de vida del discípulo. Y que tengo que continuar siendo discípulo hasta el último día de mi vida. Y que en la medida en que hago míos este estilo y esta mentalidad, habré podido, como el Gran Maestro, convertirme en un referente. El mayor don que podemos hacerles a nuestros hijos y a nuestros hermanos es vivir nosotros mismos como discípulos. No importa si somos obreros, si somos diáconos, si somos presbíteros, si somos pastores, si somos apóstoles, nuestro alto llamado es a ser discípulos en toda nuestra vida. Y Dios debe darnos gracia para encarnarlo. Esto no nos es posible según nuestros recursos, la llave para ello es la vida de Cristo en nosotros. El misterio de la vida de Cristo en nosotros. Sin la vida de Cristo no hay imitación de Cristo. Por lo tanto es importante descubrir la vida de Cristo en nosotros y aprender a relacionarnos con la vida de Cristo que nos habita. El rol del Espíritu Santo en nosotros es estratégico porque el Espíritu Santo es nuestro guía, es el maestro interior, es aquel que nos conduce a Cristo, que revela a Cristo, y que hace crecer a Cristo en nosotros. De modo que todos nosotros podemos ser transformados a la imagen de Cristo, a la imagen del Gran Discípulo, nuestro Señor Jesucristo.

 

 

Aporte de Víctor Rodríguez: Es más fácil resolver los conflictos como discípulos que como maestros. Todo lo que no es semejante a Jesús está enfermo, y todo lo que es como Jesús está sano.

 

Aporte de Jorge Himitian: Lamentaciones 3.25-41

Bueno es Jehová a los que en él esperan, al alma que le busca. Bueno es esperar en silencio la salvación de Jehová.

Bueno le es al hombre llevar el yugo desde su juventud.

Que se siente solo y calle, porque es Dios quien se lo impuso; ponga su boca en el polvo, por si aún hay esperanza; dé la mejilla al que le hiere, y sea colmado de afrentas.

Porque el Señor no desecha para siempre; antes si aflige, también se compadece según la multitud de sus misericordias; porque no aflige ni entristece voluntariamente a los hijos de los hombres.

Desmenuzar bajo los pies a todos los encarcelados de la tierra, torcer el derecho del hombre delante de la presencia del Altísimo, trastornar al hombre en su causa, el Señor no lo aprueba.

¿Quién será aquel que diga que sucedió algo que el Señor no mandó?

¿De la boca del Altísimo no sale lo malo y lo bueno?

¿Por qué se lamenta el hombre viviente? Laméntese el hombre en su pecado.

Escudriñemos nuestros caminos, y busquemos, y volvámonos a Jehová; levantemos nuestros corazones y manos a Dios en los cielos.

 

 

Aporte de Guillermo Castillo (de Chile): Isaías 50.4-7 NVI

El Señor omnipotente me ha concedido tener una lengua instruida, para sostener con mi palabra al fatigado.
Todas las mañanas me despierta, y también me despierta el oído, para que escuche como los discípulos.

El Señor omnipotente me ha abierto los oídos, y no he sido rebelde ni me he vuelto atrás. Ofrecí mi espalda a los que me golpeaban, mis mejillas a los que me arrancaban la barba; ante las burlas y los escupitajos no escondí mi rostro. Por cuanto el Señor omnipotente me ayuda,no seré humillado.
Por eso endurecí mi rostro como el pedernal,y sé que no seré avergonzado
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